ALICE Y MARTIN
Según Roland Barthes, que como ya he comentado fue buen amigo de Téchiné y el actor Jacques Nolot, sin Edipo y su mitología nos hubiéramos perdido algunas de las narraciones mas interesantes de la literatura clásica, moderna y contemporánea. Y sobre el Edipo y su superación se sustenta, al menos en apariencia, la historia de uno de los filmes más líricos e incomprendidos del director francés: “Alice et Martin”.
Para un completo desconocedor del cine de Téchiné este filme, aparentemente largo pero misteriosamente equilibrado, podría suponer un resumen de las constantes temáticas y estilísticas de este singular epígono de la "nouvelle vague" francesa. En él recoge muchos de sus temas favoritos, no todos, y se rodea de sus colaboradores habituales, como son los guionistas Gillles Tourand y Oliver Assayas y el compositor Phillipe Sarde.
De nuevo un joven protagonista desarraigado, un trío peculiar, un viaje del campo a la ciudad, un trauma, penetración psicológica y belleza formal sin renunciar al naturalismo… La trayectoria de Martin hacia París podría parecer una réplica de la de Pierrot a la misma capital en “J¨embrasse pas” pero es a la vez un viaje opuesto. Si Pierrot abandona el campo para encontrar un entorno urbano hostil, Martin logra triunfar como modelo fotográfico, siendo acogido nada menos que por la firma Armani, en la gran ciudad, vendiendo, si no su cuerpo como Pierre, al menos su imagen. El mismo, aunque contento de poder ganarse con holgura la vida, parece incómodo en una posición de objeto de contemplación que, según sus propias palabras, “lo feminiza”. A diferencia del filme citado, “Alice et Martin” no es un filme lineal sino centrífugo, guarda un secreto y un importante y largo flash-back y contiene los mismos importantes saltos temporales y bloques narrativos diferenciados que caracterizaban una obra como “Los ladrones” donde también el pasado y el presente, en un tono mucho más crispado, se influyen de un modo determinante.
Tras la muerte de su padre, Martin huye por una naturaleza agreste, bellamente fotografiada, convirtiéndose en una especie de animalillo o “enfant sauvage” a pesar de su mayor edad y buen aspecto. Téchiné no desaprovecha ocasión para recrearse en la corporalidad del joven, que escapa por un entorno rural que le ofrece dificultades de supervivencia. Roba huevos en una granja, huye de un lado a otro buscando cobijo y detenido por la policía va a parar finalmente a la casa que comparten en París su hermano Benjamín, empleado en la FNAC aunque deseoso de dedicarse al teatro y Alice, una joven concertista de violín (Juliette Binoche, en un papel hecho a su medida). Alice no lo recibe con especial entusiasmo a diferencia de su hermano Benjamín, un personaje de un optimismo algo forzado, que se muestra siempre bien dispuesto, incluso cuando después de un encuentro sexual esporádico con otro hombre éste le hace una herida en la cabeza con un cenicero. Todos los personajes, en distinta medida tienen sus heridas y, como ocurre tantas veces en Téchiné, adoptan máscaras y tienen dificultades para comunicarse con los otros o consigo mismos. Esto se hace patente en el seguimiento sigiloso que hace el febril Martin de la aparentemente fría Alice por las calles de la ciudad, hasta que ella le cuenta un tristísimo episodio de infancia que parece acercarlos anímicamente.
Pero el protagonista absoluto de la cinta, a pesar de que las interpretaciones de Juliette Binoche y Mathieu Amalric (Benjamín) le roben muchas de las secuencias es Martin (Alexis Loret) y su drama edípico, aunque el personaje de Alice, inicialmente cerrada y algo antipática, y sus dificultades emocionales, su modo de no amar al principio y luego amar locamente al solícito protagonista, van cobrando progresiva relevancia. En uno de los mejores momentos del filme, Alice huyendo de Martin que acaba de declarársele se refugia en el metro pero por los cristales solo puede ver desfilar gigantescos posters en blanco y negro del nuevo Martín, convertido ya estrella de una superficialidad que, no obstante, como en su caso, oculta un fondo atormentado y un pasado que vuelve.
A diferencia de lo que sucede en otros filmes suyos, aquí París muestra un rostro urbano cálido, con un ambiente de cierta comodidad, con calles amplias e iluminaciones alegres (algo así como el reverso de la gran ciudad que veíamos en “Rendez-vous” y “J’embrasse pas”, donde las sombras y la amenaza de la violencia, verbal, física o proveniente de la degradación del entorno, son constantes).
Coproducción franco-española “Alice y Martin”, además de una breve aparición de Carmen Maura como la madre del protagonista -en un personaje con vagos ecos almodovarianos-, incluye un viaje a Granada que tras su apariencia turística sirve para definir con imágenes sensuales la evolución de la pareja protagonista que ha dejado en París a Benjamín, así como nuevas y no siempre cómodas revelaciones. Allí, en el Sur de España, en una casita frente a un mar que cobra una gran relevancia visual y simbólica, afloran los recuerdos y se desencadenan los elementos más sombríos de un relato que puede parecer alargado, pero que visto con la debida atención puede considerarse como una de las obras más completas y poco estudiadas del cine europeo reciente.
Como en otras obras suyas Téchiné aborda aquí el tema de la culpabilidad y la redención, quizás de un modo demasiado pesimista, pero, nuevamente, no juzga a sus personajes sino que trata de comprenderlos y que nosotros lo hagamos con él.
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