Saturday, October 13, 2007

LES TEMOINS





LOS TESTIGOS de André Téchiné

“Los testigos”
es la última apuesta fílmica de uno de los grandes autores del cine francés contemporáneo. El otrora epígono de la nouvelle vague André Téchiné, recuperado para el público y la crítica gracias al éxito internacional filmes como “Los juncos salvajes” o “Les voleurs” , se atreve con un tema difícil: el surgimiento de la pandemia del SIDA en la Francia de los primeros años ochenta.

Dividida en tres episodios y estaciones del año: Verano (Los días felices), Invierno (Guerra) Verano (Regreso de la Paz), “Les témoins” está caracterizada por el pulso narrativo de Téchiné, el uso del movimiento y la tensa humanidad de la que dota a sus siempre desconcertantes y contradictorios personajes.



Emmanuel Beart, Michel Blanc nombres consolidados del cine francés del momento y nuevas caras se dan cita en una historia en tres actos en la que los protagonistas se enfrentan a varias pérdidas: la de Manu (Johan Libéreau) un joven gay -caído por la enfermedad- y la de la pédida su propia inocencia que supone también el temor y el desconcierto de los que le rodean. Ya no pueden limitarse a ser meros espectadores, el drama íntimo se ha convertido en un explosión de rabia colectiva. De nuevo el racismo, el mestizaje cultural, la juventud, la sexualidad y la naturaleza se dan cita en “Los témoins” como ya lo hicieron en “Alice et Martin” o incluso en la menos lograda “Otros tiempos”.




Téchiné conserva su juventud interior y soltura narrativas y sus constantes visuales: los cuerpos, el agua, la tensión de los espacios, los rostros, el dolor de la pérdida, el descubrimiento del otro y la música ( de su inseparable Phillipe Sarde) como un eterno contrapunto del silencio. El propio realizador ha señalado no existen el bien o el mal absolutos en su historia pero era necesario incluir la presencia de dos fuerzas que se han impuesto recientemente en nuestras sociedades ante realidades como el SIDA o la inmigración: “la medicina” y “los dispositivos policiales”. Dos fuerzas ominosas que no obstante no tienen respuesta ante una pandemia que pone en evidencia las debilidades humanas y sociales del universo crispado en el que habitamos.




Así el tono luminoso y el hedonismo de su primera parte contrastan con la invasión de la tensión , el silencio o la violencia hasta un final donde el director nos deja de nuevo un rayo de esperanza. “Les temoins” es la prueba de la vitalidad de un realizador que se ha adentrado en las constantes más difíciles del cine y la sociedad francesa en la que vivimos antes que nombres tan importantes como Patrice Chereau y François Ozon.
Esperemos que "Les temoins" no pase desapercibida como lo han hecho otros de sus mejores títulos: "Les innocents", "En la boca, no" o "Rendez-vous", filmes que poco a poco vamos podiendo recuperar en DVD.




"Los testigos" es un filme inabarcable, discutible en algunos de sus planteamientos éticos y estéticos, pero lleno de intensidad, donde es difícil no sentir el dolor y el desgarro, la herida y la cura, al tiempo que nos encandila la desarmante humanidad de la que el autor de “Mi estación preferida” dota a sus criaturas. De nuevo los personajes hablan de sí mismos y de sus circunstancias en un universo donde todavía es difícil mostrarse con autenticidad, donde los nuevos tipos de familia no se reconocen y donde las barreras sociales, sexuales y raciales siguen vigentes.




Estamos ante un filme a la vez terrible y luminoso, sensual y sangrante, vital y dolorido; una invitación a la reflexión íntima desde unas vidas que nunca se detienen. Como esa novela inacabada que reescribe la intensa Sarah (Emmanuel Beart) intentando dar sentido las vidas de unos seres que, a partir de un determinado momento momento, ya no pueden explicarse a sí mismos.



Friday, August 10, 2007

SEVIGNE



En la Costa Brava: SEVIGNE de Marta Balletbó Coll.


"Cuán feliz era yo cuando era una infeliz."
Madame de Sevigné

Definida un tanto a la ligera como la Woody Allen catalana, Marta Balletbó Coll ha demostrado ser una realizadora intrépida con un universo fílmico propio, femenino y lesbiano, lleno de vida y humor cáustico, pero también de dolor, sentimientos y descubrimientos. Tras el relativo éxito, sobre todo crítico, de "Costa Brava" y el absoluto batacazo de la fallida "Cariño, he enviado a los hombres a la luna…"- que contó con graves problemas de financiación y producción-, se consolida como una autora con "Sevigné", una comedia dramática sobre el mundo del teatro y sobre los sentimientos y las pasiones adormecidas de una mujer.

"Sevigné" cuenta la historia un momento crucial en la vida de Júlia Berkowitz (Anna Azcona), antes actriz y ahora convertida en prestigiosa directora teatral, cuya existencia personal y profesional toma un giro inesperado cuando, a instancias de una misteriosa desconocida que trabaja en la televisión, decide poner en escena una obra sobre Madame de Sevigné.
Casada con Gerardo R. Valcárcel, un vanidoso y algo cínico crítico teatral (con reminiscencias del Addison deWitt de "Eva al denudo"), Julia ve cómo su vida se abre a nuevas sensaciones y sentimientos cuando descubre a Marina, una camaleónica directora y actriz, encarnada por la propia Balletbó, que se aproxima a ella de diferentes formas y a través de los más variopintos caminos.


Como en su primer largo "Costa Brava", el cine de esta realizadora transmite al mismo tiempo una gran necesidad de experimentación lingüística -comparada un tanto a la ligera con el "cine independiente estadounidense"-, y una muy honda y a la vez naturalista apertura al mundo interior de las mujeres y al modo en que éstas encuentran un espacio propio (la "habitación propia" de Woolf) lejos del mundo masculino y sus lugares de palabrería y silencio, un mundo que siempre quiere, y muchas veces logra, imponerse.
Julia está interesada en montar obra que Marina ha escrito sobre los aspectos ocultos de Madame de Sevigné y su relación con su hija, Madame de Guignan: una relación a la vez edípica y llena de secretos como el mundo de misterios que se abre ante ella con la aparición de la parlanchina e incombustible Marina. La joven directora se encontrará con la oposición de su marido, un varonil crítico al que da vida José Maria Pou, quien, llevado por los celos y el temor, no duda en buscar las más viles artimañas para que esa función, que es también una aproximación afectiva y amorosa de su mujer hacia Marina (Coll) no se lleve a efecto, poniendo excusas al principio y finalmente serias trabas, Pero ya esas dos mujeres han iniciado su propia función interior y exterior: una intima relación que se salta todos los obstáculos.Quieren sacar adelante un proyecto vital y escénico en desacuerdo con el ambiente teatral del momento, un mundillo retratado con cierta ironía y crueldad en sus oscuros intereses económicos y de prestigio y su varonil omnipresencia.

La película está narrada con una mezcla de vertiginosidad - saltos temporales, planos congelados, fotografías hermosas y planos acelerados- y una bella lentitud que enfrenta la palabrería altisonante y pretenciosa del mundo teatral à la mode con la sensible aproximación entre dos mujeres aparentemente diferentes que encuentran en un proyecto de trabajo común el comienzo de una vida juntas, en la que importan más las palabras sinceras y los silencios expresivos que los discursos altivos de críticos, jóvenes realizadores y mujeres que se limitan a ser comparsas. Balletbó, como en "Costa Brava", cuenta la historia de amor como la exploración de una mirada de mujer y de lesbiana que tanto en espacios abiertos como cerrados -y aquí se subraya la geométrica soledad de Julia en grandes superficies- no quiere ser cómplice de situaciones competitivas ni de la crispada mirada masculina sobre las relaciones, sean éstas humanas, sentimentales o sexuales. Pero este descubrimiento resulta ser para Julia (Azcona) un trayecto difícil desde el ensimismamiento y las dudas al enamoramiento y la pasión, por cuanto descubrirse a sí misma y descubrir a Marina tiene un alto precio en el mundo del que ella formar parte como prestigiosa directora teatral.

Monday, June 04, 2007

EL AMOR EN ÁRABE







THE BUBBLE

Que el cine de Eytan Fox se caracteriza por su envolvente forma de ganarse al espectador a través del lirismo, la ternura y un amor desbordante hacia sus personajes se hace de nuevo patente en su último trabajo “The Bubble” es su tercer largo y su apuesta más arriesgada hasta la fecha aunque mantiene una clara continuidad temática y estilística con sus dos anteriores filmes.
Incluso los personajes más negativos de sus películas (como el Joel-comandante de “Yossi & Jagger”, los agentes de la Mossad de “Caminar sobre las aguas” o el agrio hermano mayor del protagonista árabe de “The Bubble”) nos resultan increíblemente humanos y nos son mostrados en su cotidianidad por grotesca y destructiva que ésta pueda llegar a ser. En “La Burbuja” Fox da un paso adelante y se implica de lleno en un tema que sólo aparecía de forma tangencial en sus dos anteriores filmes: el conflicto bélico y sociopolítico que sacude su país.
La última película de Fox está destinada a incomodar al público israelí más conservador-criticando el racismo y la indiferencia de muchos de sus coetáneos- y a no satisfacer del todo a los defensores más estrictos de la causa palestina. Aunque su fuerza dramática, su mezcla de comedia y drama, su lirismo, humanidad, agilidad narrativa y su reivindicación sociosexual pueden convertirla en un gran éxito para el público internacional.
“The Bubble” se abre y se cierra con dos secuencias terribles: en la primera mostrada con toda su crudeza, una mujer árabe embarazada es retenida en un puesto de control con trágicas consecuencias; la última, un atentado suicida, está dada con dolor pero también con un toque romántico y cargado de poesía.
Noam (Ohad Kholler), es un joven soldado israelí que abandona el ejército y vuelve a su piso de Tel-Aviv donde vive en un mismo piso con Lulú y Yelli, dos jóvenes llenos de vida que al principio del filme tratan de mostrarse al margen del conflicto que sacude su país. A ese piso llega Ashraf, un joven árabe al quien Noam había conocido en el momento de crispación con el que, en el tono documental de la cámara en mano de un periodista, se abre el filme. Entre ellos se inicia una historia de amor imposible, con ecos evidentes de “Romeo y Julieta” de Shakespeare a la vez que un cambio interior en todos los personajes principales secundarios que inician, como los protagonistas, una cruzada pacifista y de activismo callejero, truncada por un estallido que nos devuelve a la sangrienta realidad de las noticias.
La historia de amor nos muestra cómo la homosexualidad es vivida de manera distinta en las dos culturas enfrentando el hedonista Tel-Aviv con sus bares de ambiente, sus tiendas de discos, sus restaurantes… con mundo empobrecido y amenazado donde ha crecido el joven palestino. De la gran metrópoli israelí conoceremos el mundillo aparentemente despreocupado donde el trío israelí parece desenvolverse con soltura, los bares gays, los lugares de trabajo y ocio, lugares en los que aparecen personajes simpáticos o antipáticos, racistas o integradores.
Al otro lado de la franja se desenvuelve el entorno familiar, patriarcal y asfixiante, que rechaza al joven árabe cuando este “sale del armario” y tratan de obligarle a contraer matrimonio. Las fronteras reales y simbólicas, la burbuja que significa aislamiento y una mezcla de temor y confort, el amor en árabe, las sexualidades interraciales, el hombre bomba y la culpa en hebreo. Esta vez Fox pone toda la carne en el asador y va más lejos al retratar el racismo judío contra los árabes que ya aparecía en algunas secuencias clave de “Caminar sobre las aguas” mostrando con dureza las tropelías cometidas por la armada israelí sobre el lugar al tiempo que muestra los prejuicios del pueblo palestino hacia la homosexualidad. Pero, mientras en “Walk on Water” el final era a la vez melancólico y optimista, en “The Bubble” el director y su marido y guionista Gal Uchovsky se embarcan en una tragedia pesimista y con mayúsculas dada, sin embargo, con la habitual delicadeza, aparente candidez y honda humanidad de todo su cine lo que hace que su relato cautive y emocione por igual.
En “The Bubble” Fox hace pasar al otro lado de la barrera no sólo al joven árabe ilegal sino también a algunos nombres claves de su cine como Ivri Lider, cantando a Gerswhing en un bar gay, o a Lior Azkenazi interpretando “Bent”, el clásico teatral de Martin Sherman, una historia de amor y amistad entre un preso judío y uno gay (triangulo rosa) recluidos en la misma celda de un campo de concentración nazi que sirve de eco de la historia de amor imposible que cuenta el filme. La sombra del holocausto vuelve a aparecer en este filme aunque esta vez Fox se adentra en el holocausto del pueblo palestino a través de una historia que comienza siendo intimista y desenfadada y acaba adquiriendo resonancias de alegoría política que no por obvia y fatalista deja de estar llena de hermosura.

Sunday, May 06, 2007

MI LIBRO DE CINE. Os animo a pillarlo o al menos echarle un ojo.




La misoginia de los gays como “extendido cliché”, la homofobia de algunas mujeres tal y como aparece en películas célebres, todo puede formar parte de un mismo dispositivo en el que unos y otras son ridiculizados, ensalzados o incluso enfrentados entre sí. El propósito de “El marica, la bruja y el armario” no es dividir o ahondar en estos tópicos sino cuestionarlos y darles la vuelta. Podemos amar el cine y dejarnos seducir por las imágenes, pero también podemos analizar el modo en que éstas reflejan y, en ocasiones, distorsionan el mundo en que vivimos.
Partiendo de una serie de títulos tanto comerciales como independientes, analiza el autor el poder que poseen los estereotipos creados por los medios de comunicación visual en general y el cine en particular para crear ideología, asentar prejuicios y convertirse en los espejos en que nos miramos y nos recreamos.
Se trata, pues, de un libro de reflexión dirigido no sólo a gays y a mujeres que quieren repensar la cultura, sino también a amantes y estudiosos del cine y a cuantos, desde la inquietud social, creen que el mundo de la cultura y el espectáculo es mucho menos inocente y más perverso de lo que nos gustaría pensar.

Wednesday, April 11, 2007

UNA NUEVA APORTACIÓN DE JAVIER SAEZ

ARMARIO BROS

La compañía japonesa de videoconsola(dore)s NIeNTIENDO ha sacado al mercado su ultima joya en educación infantil contra la homofobia: SUPER ARMARIO BROS. En esta nueva edición el conocido fontanero marica regordete y bigotudo tendrá que superar diferentes etapas en el camino a su salida del armario.

Etapa 1. La familia
ARMARIO BROS nace en el seno de una familia española. Tendrá que sobrevivir en un entorno hostil, donde el padre declara que “lo peor que me podría pasar es tener un hijo maricón” y la madre “qué bien que haya venido el sida y se mueran todos esos pervertidos”. ¿Cómo se las apañará ARMARIO BROS con semejantes padres?

Etapa 2. La escuela
ARMARIO BROS entra a estudiar en una escuela pública. Los otros niños enseguida detectan su pluma y se dedican a golpearle e insultarle desde primero de EGB hasta el final de la ESO. ARMARIO BROS sabrá lo que es el bullying al niño mariquita, y contará con varias opciones: ¿Suicidio? ¿Contra ataque? ¿Denuncia a la policía? ¿Quemar el colegio?

Etapa 3. La parroquia
ARMARIO BROS es enviado por sus padres a la catequesis. Allí deberá combatir contra la homofobia de los curas, que no dejan de repetirle que ser marica es pecado, una perversión y un horror. ¿Sobrevivirá ARMARIO BROS a los acosos sexuales de los curas en el confesionario?

Etapa 4. El partido
ARMARIO BROS se afilia al partido comunista esperando que la militancia le salve de la homofobia. Pero no, en cuanto sale del armario sus camaradas le harán la vida imposible. Su solidaridad con los gays presos en Cuba hará que le expulsen del partido.

Etapa 5. La policía
ARMARIO BROS se lanza a una vida de sexo y placer ligando en váteres y parques. En uno de ellos unos neonazis le atacan, y deberá pelear contra ellos. ARMARIO BROS lo denuncia a la policía en comisaría, pero allí es detenido por ligar en lugares públicos. ¿Cómo saldrá de chirona?

Etapa 6: El trabajo
ARMARIO BROS busca trabajo pero debido a su pluma irredenta no le contratan en ninguna parte. Finalmente encuentra curro en un bar poniendo copas, allí deberá repeler los ataques de los compañeros de trabajo y de los clientes.

Etapa 7. El Comando
SUPER ARMARIO BROS se harta de tanto acoso homófobo y monta un comando guerrillero con sus amigas bolleras. No te desvelamos las andanzas del Comando Maribomba, ¡descúbrelas tú misma llegando a esta etapa con tu videoconsolador!

Tuesday, April 10, 2007

DEL ATAVISMO AL LESBIANISMO










DEL ATAVISMO AL LESBIANISMO: SUBTEXTOS DE LA DIFERENCIA FEMENINA EN “LA MUJER PANTERA” de Jacques Tourneur.


“La mujer pantera” de Jacques Tourneur ha sido un texto privilegiado en la relectura camp de los clásicos del cine de Hollywood. Homenajeada en el libro de Manuel Puig “El beso de la mujer araña” y objeto de apropiación tanto por críticas feministas como por estudiosos de la iconografía gay, lesbiana y campy del cine clásico es una de esas películas como “Marruecos” de Joseph Von Stenberg “Rebeca” de Hitchcock, “Laura” de Otto Preminger, “Gilda” de Charles Vidor o “La extraña pasajera” de Irving Rapper o "Eva al desnudo" que forman parte del background cinéfilo de los gays/lesbianos al rescate de películas “curiosas”, clásicos bizarre y títulos de cuto. Sin embargo uno de los subtextos que recorre más poderosamente el filme y que menos atención ha merecido ha sido el que hace referencia a una monstruosidad / alteridad femenina conectada con el lesbianismo y la sexualidad fuera de la norma.
No son pocos los ejemplos en la historia del cine y la literatura en que el lesbianismo es presentado como un rasgo animalizante, pre-humano, que vincula la sexualidad femenina con un instinto depredador y unos rasgos cercanos a los de la fiera. No me refiero solo a las vampiras lesbianas de tantas películas de terror de serie B (como las “Vampire Lovers” de Terence Fischer) sino también a como en melodramas y comedias la lesbiana es asociada a algún tipo de animal o forma pre o posthumano , generalmente de carácter fiero o cuando menos salvaje. La película de Chabrol “Las ciervas” sería un caso extremo de esta asociación entre la bestialidad y el amor sáfico, un amor presentado bajo rasgos de dominación, depredación y malsana dependencia afectiva. Algo similar ocurre en “La gata negra” de Edward Dymitrick donde una felina Bárbara Stanwyck vampiriza a una joven femme encarnada por la sofisticada Capucine, con catastróficos resultados . Incluso en un filme de mayor talla fílmica e intelectual como “Lilith” de Robert Rossen la aproximación lésbica se compara con la voracidad de los insectos y la fugaz repulsión del joven psicólogo ante lo que esta viendo- una imagen fugaz de sexo entre dos mujeres en un establo- no tiene un sentido coherente en el desarrollo del filme. En “El asesinato de la hermana George” de Robert Aldrich se compara el comportamiento butch de la protagonista con la masculinidad bestial de los toros. Esta abundancia de estereotipos degradantes no es ajena a la construcción que durante décadas el modelo médico hizo de la lesbiana como una mujer cuya sexualidad permanece en un estadio primitivo, aferrada a una corporalidad monstruosa, pre-edípica y una libido voraz, centrada en el orgasmo clitoridiano y envidiosa del pene y otros “privilegios masculinos”
“La mujer pantera” es la primera película del tandem Lewton-Tourneur (productor y director). Con esta película y la siguiente “Yo anduve con un zombie”, el director y el productor produjeron una pequeña revolución en el cine fantástico de bajo presupuesto, sustituyendo la herencia de monstruos hipermaquillados de los treinta por una elegante y refinada forma de provocar miedo mediante la elipsis, la ambigüedad y la insinuación. Películas pequeñas, de limitado presupuesto, que no obstante han trascendido como verdaderos clásicos por su imaginativa forma de crear atmósferas, personajes sugerentes y momentos de suspense valiéndose de medios exclusivamente cinematográficos. Lewton sería también el productor de otros títulos del genero, realizados también a principios de los cuarenta por directores como Robert Wise (La venganza de la mujer pantera, El ladrón de cadáveres) o Mark Robson (La séptima víctima, Bedlam). Todas estas películas tienen en común una poderosa atmósfera visual, una maravillosa fotografía (con operadores de lujo como Nicholas Musuraca, Lucien Ballard o J. Roy Hunt) y una espléndida dirección artística. Sin embargo, y aunque sería necesario revisar la totalidad de estos títulos, la pionera y seguramente la mejor de la serie sería “La mujer pantera” cuya concisión, precisión y encanto la han llevado a convertirse en un inolvidable título de culto.
La lectura lésbica de “La mujer pantera”, por otra parte nada ajena al filme, plantea algunas dificultades como, por otro lado, cualquier otra lectura coherente en un filme de género fantástico que se resiste a ser interpretado en clave racional. Y no es la racionalidad un punto de apoyo adecuado para la lectura del filme, a pesar de que ya en él encontramos algunos rasgos del cine psicoanalítico tan de moda en el Hollywood de los cuarenta con sus teorías populares sobre la sexualidad, los sueños, la pulsión de muerte, el retorno de lo reprimido y el inconsciente, la mujer-no toda y la mujer en exceso.
El filme busca un equilibrio entre la explicación psicologista de lo que sucede en el filme y en el interior de su protagonista y el coqueteo con lo fantástico, lo legendario, lo irreal, lo que no puede ser explicado según parámetros lógicos o científicos sino solo a través de la luz de las narraciones inmemoriales y lo irracional. Así, a pesar de los momentos finales que inclinan la balanza a favor de lo siniestro y lo fantástico, nunca estaremos seguros de si Irena es una pantera, una mujer neurótica y desequilibrada, una descendiente de una raza maldita o, añadiría yo, “una lesbiana” en un mundo aparentemente racional en el que las lesbianas han quedado como una especie desconocida o una presencia amenazadora, invisible.


A lo largo de todo el filme el misterio de Irena, su relación con un origen animal o diabólico, su carácter bestial y atávico aparece relacionado con la incapacidad para llevar una vida matrimonial “normalizada”. Desde el principio hay algo que separa a Irena y a Oliver, algo que se hará mas hondo cuando ella se niegue a tener relaciones sexuales con él después de casados. La atracción de Irena por la pantera, su adscripción a la estirpe de las mujeres gatos determina, pues, una negativa a formar parte de un orden sociosexual al uso y cumplir las expectativas que la institución matrimonial y la economía familiar deposita en ella como esposa y amante. Este aspecto del carácter y la sexualidad de Irena ha llamado poderosamente la atención de algunos comentaristas de la película. Por ejemplo, Pilar Pedraza, comenta “La mujer pantera ha llamado la atención de la crítica feminista por razones obvias. En primer lugar, porque en su época los monstruos de las películas fantásticas y de terror solían ser masculinos y fálicos...”. Pedraza se aproxima a una lectura de género al hacer hincapié en la valentía de “Cat people” al exponer la sexualidad de Irena y al subrayar, en 1941, su negativa a tener relaciones sexuales con su marido. También apunta al carácter de “matriarcado maldito” de la estirpe de mujeres panteras enfrentadas al poder patriarcal del serbio “Rey Juan”, cuyas descendientes “reclaman” a Irena como “una de las suyas”, reconociéndola el día mismo de su boda, a lo que Irena responderá santiguándose. La mujer que saluda a Irena en el restaurante, el día de su boda con Oliver, llamándola “hermana” en un ancestral dialecto solo conocido por ambas, una mujer que no solo parece un gato sino también tiene un aspecto “masculino”. Sin embargo Pedraza se detiene ahí y no considera la posibilidad del lado lésbico de la sexualidad y la “diferencia” de Irena. Para mí no obstante el reconocimiento de dos mujeres pertenecientes a una subcultura maldita, la negativa de la protagonista a tener relaciones sexuales con hombres- particularmente con “el hombre” apacible y comprensivo que encarna su marido-, la incapacidad del psiquiatra para modificar su “misteriosa orientación” y los celos de Irena hacia Alice (“hay cosas que una mujer no quiere que otra sepa” le dice a Oliver cuando descubre este le ha contado a su amiga que Irena visita a un psiquiatra) y otros muchos códigos visuales y temáticos que aparecen de un modo solapado pero nada arbitrario nos dan demasiados indicios como para pasar, hoy por hoy, por alto la lectura lésbica del filme y su protagonista. La modernidad indiscutible del filme, uno de los títulos de los cuarenta que mejor ha resistido el paso del tiempo, no se encuentra solo en la asociación entre lo fantástico y lo psicológico sino en como el carácter mítico y misterioso de la protagonista va unida a su negativa a entrar en un orden sociosexual normativo.


En algunos aspectos “La mujer pantera” es un filme tremendamente clásico en su desarrollo temático y en su lección moral, en otras un cuento perverso para adultos saturado de ironía y abierto a posibles lecturas. La figura del psiquiatra de moda se separa de la imagen pulcra y respetuosa que el cine clásico de Hollywood dentro de la moda psicoanalítica de la época estaba dando estaba dando de la profesión, al presentarlo como un verdadero crápula mas interesado en obtener los favores sexuales de Irena que en su curación. Hay en la posición del médico la misma actitud incrédula y altiva y el mismo afán de “darle a Irena lo que necesita realmente” que muchas lesbianas se han encontrado y seguramente se encontraban en la época en que fue realizado el filme en el caso que se atrevieran a contarle “su secreto” a un psiquiatra del sexo masculino. La negativa de Irena no solo a ser madre sino a ser penetrada tanto por el discurso apacible del marido como por el discurso crispado del psiquiatra pone de relieve que no es una niña al uso sino una criatura abyecta.


Si Irena es el lado oscuro de Alice, chica corriente y comprensiva, el médico es el lado perverso de la masculinidad afable, tolerante y comprensiva de Oliver, el paciente y comprensivo marido de Irena. Al final el médico armado con su bastón-espada-fálico asesinará a Irena ante la imposibilidad de poseerla ni de devolverla al lugar “femenino/pasivo” y tradicional que como mujer bajo el régimen heterosexual “le corresponde”. Así, “La mujer pantera” se erige en un filme mucho más rico y perverso de lo que parece a simple vista, ya bastante rico, ambiguo y perverso, y realmente pinero en su exploración y redefinición de los roles y posibilidades sexuales del momento.

Monday, April 09, 2007

UN RELATO DE GORKA GONZÁLEZ


InTiMiDaD

Sabía que algún día volaría. Lo supe desde el primer momento que la vi. Su rostro, suave como el viento, la hacía parecer frágil, pero como este, era fuerte y capaz de derrumbar cualquier muro que se propusiera. Y de la misma manera era libre, jamás tendría dueño, ni siquiera lo querría. Yo lo sabía, hay que estar muy ciega para no darse cuenta de ello, pero eso no significaba que no iba a cometer la tontería de quererla. Era imposible no quererla. Todo en ella era adorable, pero en especial esa imagen volátil de imposibilidad, que al final es lo que queremos todos. Me acuerdo de aquella poesía de Bécquer, en la que diferentes chicas se le insinúa, rubias y morenas, pasionales y dulces, pero se queda con aquella etérea, con aquella que no le promete nada, que más bien lo promete sufrimiento. Y es que el ser humano es así, al fin y al cabo; nos aburrimos cuando no tenemos metas y nos creamos problemas cuando no los tenemos. Y por eso la quise, porque era inevitable no quererla.

No sé decir que es lo que recuerdo especialmente del tiempo que permanecimos juntas. Siento que cada minuto fue especial, que cada recuerdo de todo lo que compartimos me va a marcar el resto de mi vida. Aunque de alguna manera siento que todo aquello fue un sueño, y que ahora, despierta, estoy tumbada en la cama deseando poder volver a dormir y seguir con aquello. Pero al igual que cuando por las mañanas tengo esa sensación, sé que es imposible. Nuestros cuerpos desnudos después de hacer el amor, eso sí que era una composición; ella con su mirada en el aire, perdida, ausente, pero allí; y yo, sombra de quien antes fui, no me sentía incomoda con mi desnudez como me pasaba últimamente. El cuerpo, ese templo que tanto adoramos, y que se nos vuelve un enemigo extraño e interno al que odiamos cuando se nos presenta ruinoso como un Partenón, derruido y patético, recordando tiempos mejores, pero altivo, y en lo alto; allá donde no se pudiera esconder del ojo humano. Pero por algunos instantes mi cuerpo dejó de ser una ruina, y se convertía en un lugar de peregrinación, con facetas que incluso yo desconocía. La gloria de los caídos que se vuelven a levantar. Dicha y júbilo. Después muerte y soledad. Y es que no se sabe que es mejor, si recordar un templo ya destruido o conservarlo en ruinas. Lo desconozco. Aunque ella lo reavivó.

Me pasaba su mano por debajo de mi cintura y me besaba. Así es cómo me despertaba cada mañana. Una ducha, una charla mojada en café, y hasta luego. Yo trabajaba, ella vivía. Nunca le pregunté lo que hacía, sé que no me lo hubiera dicho. Aunque ella si lo hizo, me preguntaba sobre mi día, sobre mis sueños, sobre mí. Me hacía sentir importante. Incluso me preguntaba sobre aquello que yo no quería contestar a nadie. Pero a ella no se lo podía negar. Por la noche, mientras la televisión se afanaba en llamar nuestra atención con gritos de madres e hijas que quieren tener su espacio propio en un mundo que sólo se lo daría si son capaces de llegar a las mayores cotas de auto-humillación, ella me observaba desde su hueco en el suelo, me preguntaba sobre todo lo que s ele pasaba por la cabeza, aunque había temas que siempre evitaba tocar, sobre todo los temas que se desarrollaban con el tiempo. Pero eso a mí me daba igual. Creí que jamás nadie iba a volver a poner sus ojos en mí con deseo, con lo que la inexistencia del amor eterno era un mar menor entre la balsa que formábamos ella y yo. Jamás nosotras. Me conformaba con haberla conocido, con haberla disfrutado. A ella, felina en todo lo que hacía, mimosa e independiente, le debo el haber vuelto a desear vivir. Solo a ella. Ese es mi regalo.

Me seco el sudor mientras pinto su retrato, mientras cojo un lápiz y termino el contorno de su cuerpo de mi cabeza. Y es que desde que se fue no logro sacarla de mi cabeza, es como si su cuerpo se hubiera ido pero dentro de mi cabeza. Cada cara que veo es la suya, cada traje que me pongo es el suyo, cada suspiro que doy es por ella. Y necesito sacarla de mi cabeza, necesito plasmarla en un cuadro, en donde pueda verla, en donde pueda recordarla, pero en donde, por primera vez desde que la vi en aquel soportal, yo pueda tener el poder de decidir dónde y cómo. Y es que incluso sin estar es capaz de hacer conmigo lo que quiere. Por eso la pinto, por eso este lienzo está cobrando vida gracias a mi desesperación. Dentro de poco podré volver a verla, podré tenerla en frente como antes, y ya no habitará en mi mente. Yo la quise. Pero ella se fue. Yo la quise. Y ella se dejó querer. Más de lo que yo esperaba, más de lo que yo me sentía capaz a aspirar. Más de lo que el Partenón puede desear ser algún día. Ella y yo. Jamás nosotras. Se dejó querer. Y se sigue dejando querer entre pinceladas titubeantes que impregnan de formas lo que antes era blanco. Necesito sacarla de mi cabeza ahora que no está. Necesito recuperar mi vida, la misma vida que ella me enseño a vivir, la vida a la que yo había renunciado. Necesito volver a ser yo, pero no quien era antes de conocerla, no, quiero volver a ser la misma que dejé de ser entonces. Y ella en mi cabeza me recuerda que la disfruté, y cuando la tenga en el papel la volveré a disfrutar. Aún queda posibilidad para que yo vuelva a ser querida. Pensé que todo había acabado, y resulta que no había hecho más que comenzar.

Su retrato esta terminado ¿Lo está? Cada línea de su cara está dibujada, cada detalle, cada pliegue de la ropa que llevaba cuando me la encontré. Su figura, tal cual la conocí, huyendo de la lluvia inesperada, como tantos estábamos bajo aquellos soportales de la Plaza de Gipuzkoa. La dibujé con sus manos agarrando el gorro de su chubasquero en un intento fugaz de evitar que el viento, fuerte en esta ciudad, le arrebatara su única protección frente aquel incesante goteo de agua, repentino como las tormentas de verano, y destructivo cuando lo quiere ser. Sí, esta tal cual la vi, pero falta algo, hay un elemento que siento que debiera estar presente y en cambio se me escapa. Cojo el lápiz decidida a enmendarlo pero me es imposible, no puedo hacerlo sin saber qué es lo que tengo que arreglar. El cuadro es perfecto, es ella. Nadie lo dudaría. Pero no la reconozco. Es como cuando ves un cadáver, sabes que el cuerpo que tienes en frente se corresponde con el de la persona que una vez conociste, pero hay algo que observas y echas en falta. El alma dicen. Si creyera en ello la llamaría así, pero creo que es un elemento mucho más complejo que esas explicaciones sencillas para gente que busca respuesta y no se hace preguntas. No, es la esencia. Y es lo que faltaba a este cuadro. La esencia. Quizás es que este retrato para mí es como su cuerpo muerto, como el cadáver de una relación con fecha de caducidad desde el primer día. No. Siento que dentro de mi mano está la clave, que yo voy a ser la que puedo darle a este cuadro su vida, la que sabe cómo hacer que lo que queda de nuestra relación sea algo más que un cadáver, algo más que un cuerpo vacío de esencia que va pudriéndose con el tiempo, que se descompone en mil pedazos integrándose de nuevo en la tierra de donde sus predecesores salieron millones de años antes. No. Nuestra relación no es un cadáver. No necesita maquillaje para brillar, porque jamás fuimos un ser vivo. Éramos ella y yo. Jamás nosotras. Lo nuestro no era vida, era energía. Éramos como las estrellas que ostentosas en el cielo muestran su brillante luz hacia los demás que las admiran, ignorando que en realidad cada haz de luz es uno menos que queda, que cada esfuerzo por mantenerse radiante es un paso hacia la muerte. Y como las estrellas, cuando dejan de brillar, explotan y se transforman en enanas blancas, en supernovas, o incluso en agujeros negros, recordando que se estuvo allí o impidiendo que otro lo este, cualquier cosa antes que convertirse en un cadáver, podredumbre, en algo que se descompone y vuelve a empezar desde cero.

Miro. Vuelvo a mirar. Y adivino. Suelto lo primero que se me viene a la cabeza. Estoy vieja, pasé la barrera de los cuarenta hace mucho y la edad no perdona. No soy quien era, aquella inteligente profesora universitaria, alabada por algunos, odiada por otros. Quizás el tiempo me ha hecho así, quizás desde que no doy clases, desde que cogí aquella baja que se prolonga como el invierno la hace en Laponia, esperando que lo que quede sea verano. Pienso. Lo quiero dejar, debería dejarlo. Cada segundo que paso frente a este cuadro me siento como una enferma. Pero debo hacerlo. Por mí. Por ella. ¿Qué es? Un descanso, eso me irá bien, sí. Voy a la cocina a por un vaso de agua y mientras esta va cayendo en el vaso, me noto un picor en los ojos. No me acordada que hoy llevo más de diez horas con las lentillas, y medio día pintando. Debo tener los ojos rojos ¡Rojos! Esa es la respuesta. Corro hacia el estudio dejando el vaso en una posición peligrosa en la mesa Rojos. Pero da igual, sé la respuesta. El retrato es en blanco y negro, pero ese es el detalle que faltaba, el color. Aquel día se lo había pasando llorando. Y es que precisamente lo que faltaba eran las lágrimas, el elemento que fue presente en nuestra relación. Sus lágrimas ante un padre que la había pegado, que le había dejado más de una cicatriz desde que le dijo que era lesbiana. Lágrimas suyas de aquel día, que decidió abandonar aquel suplicio, que decidió que cualquier destino era mejor que aguantar aquella masa de rabia, aquel ser asustado ante la vida, que, como animal malherido, golpea todo lo que le rodea para protegerse, en este caso para proteger su ignorancia. Y lágrimas mías. Lágrimas de cuando ella desnudó mi maduro cuerpo, de sentir como era la primera vez en mucho tiempo que lo desnudaba sin nadie vestido de verde. Lágrimas de cuando besó el hueco en el que antes descansaba mi seno; lágrimas de volverme a sentirme guapa, atractiva para alguien; lágrimas reprimidas por querer aparentar ser fuerte. Las lágrimas eran nuestro nexo de unión. Y cuando las dos fuimos fuertes nos separamos, nos dijimos adiós. Estaríamos lejos, la una de la otra, pero en nuestro interior no nos separaríamos. Porque fuimos ella y yo, jamás nosotras, porque la intimidad era de cada una. Porque intentábamos hacer nuestras vidas separadas y coger fuerza. Porque cada noche el cuerpo de una era el refugio de la otra ante las tormentas del día Porque nos supimos querer. Por eso, yo la he pintado.