Friday, July 19, 2013

LA DOBLE VIDA DE LOS SUPERHEROES


El actor Andrew Garfield ha declarado que su Spiderman bien pudiera ser gay o bisexual, los X-Men celebran pronto la primera boda gay del género y se acaba de estrenar lo último de Lana Wachowsky, ante un público desconcertado por la apuesta entre kitch y filosófica de los creadores de “Matrix”, que no obstante bate records de alquiler en el videoclubs. Aún así, la industria del cine sigue reticente a que los protagonistas de sus comics-films para todos los públicos puedan ser gays, lesbianas o transexuales. El amor entre Batman y Robin ya no es ningún secreto, al igual que la homosexualidad de Sherlock Holmes o que los X-Men de Bryan Singer (autor de la homoerótica y morbosa  Verano de corrupción) van a celebrar la primera boda homo de la ciencia ficción aprovechando el mandato de Obama. La salida del armario de los superhéroes es un tema complejo y todavía en el candelera. A la polémica se ha sumado el joven actor Andrew Garfield al declarar que el último Spiderman bien podría ser gay, bisexual  o estar explorando su sexualidad. Pero a los productores de la película no les ha hecho ninguna gracia la idea. El hombre araña no solo es capaz dar grandes saltos sino también de despejar las telarañas de su armario sociosexual, ante el disgusto de la productora, que nunca sabe cómo va a reaccionar la taquilla habitual de estos filmes. 
 
 
 
 
 
 Esto nos lleva al mundo de “Hollywoodland” aquella película policiaca  sobre George Reeves (ídolo de niños y adolescentes)  -el Superman de los años cincuenta-  donde Ben Afleck interpreta a un marido y actor de televisión  nada convencional en los tiempos del macartysmo, cuyo trágico “suicidio” en un universo despiadado  sigue siendo un misterio. El mundo del comic y los superhéroes se revitaliza en esa época en la que el varón estadounidense, recién vuelto de la Segunda Guerra Mundial, anda algo perdido en una sociedad hipócrita, en el que las mujeres se han incorporado a la industria de las armas. Los roles de género/sexo se remueven pero también se refuerzan o se parodian. Superman, Flash-Gordon, El hombre invisible,  esos dioses y monstruos muchas veces salidas de plumas y pinceles no heterosexuales.  Es curiosa la reacción de una industria oportunista hasta la médula que rechazó al joven Matt Gommer para el papel de Superman por ser gay pero se forra a través del personaje de Ian McKellen en películas como Harry Potter o en los propios X-men Avatar, reaccionaria y ampulosa, no evita la estética kitch. Pero las cosas van cambiando y el público LGTBQ también reclama sus personajes en todos los géneros. No solo en la comedia o el melodrama. Y es posible que el otrora rechazado Gommer sea el próximo protagonista de La sombra de Grey. Hollywood es una industria de la cabeza a los pies. Un ejemplo de ello es la impoluta masculinidad de los personajes encarnados por Rock Hudson o James Dean. Que la industria del celuloide como la deportiva (donde pocos jugadores de futbol se atreven a salir del armario)  ande anclada en códigos decimonónicos o pre-stonewall es otro asunto. Hoy día las películas del director fuera del armario Bryan Singer o de “nuestro” sobrevalorado Amenábar son recibidas con los brazos abiertos porque son un sustancioso reclamo para la taquilla y, especialmente, para la taquilla adolescente.
 
 
 
 
 
 
La masculinidad no es exclusiva de los heterosexuales ni la capacidad de rodar películas para adolescentes o de trepar por las paredes. No debe confundirse el chismorreo con la necesidad de que los modelos culturales (en este caso de la cultura popular) para adolescentes que pueden ser gays bisexuales, trans o lesbianas. Si la directora de Matrix han hecho público su cambio de sexo en un osado discurso ¿Por qué no puede un superhéroe ser gay y valiente? Porque la sociedad estadounidense sigue siendo profundamente  cobarde. Y necesita héroes o villanos de una pieza. A los que teme, idolatra o envidia en secreto. Precisamente los superhéroes son casi siempre “gente en el armario” dispuesta a llevar una doble vida, en la que combinan el romance heterosexual (al menos hasta hace poco) con una rivalidad llena de homoerotismo hacia su oponente (el malo). El disfraz de colores ya lo acerca a un personaje harto de una rutina gris y oficinesca abriéndose a nuevas posibilidades en la libertad de la noche, la gran urbe o el anonimato. Como el aspecto de Marylin Manson del malogrado Brandon Lee en El cuervo. Por no hablar de nuestro Barón Asler de Mazinger-Z, de Epi y Blas o de “el estudiante” secretamente enamorado  de Curro Jiménez.    Ya cansa tanto fariseísmo, tanto aguantar que las lesbianas solo puedan ser vampiras o profesoras  o los gays diseñadores o, como mucho, vaqueros crepusculares. Si los y las adolescentes no tienen modelos, cuando son los más necesitados de ellos, es que hay una rutina perversa en el mundo del espectáculo. La carrera del modelo James Franco o la valentía de  Anne Heche, Jodie Foster o Elena Anaya (como las heroínas de Mujer contra mujer,  El silencio de los corderos o La piel que habito, respectivamente) vienen a echar por tierra que los actores y actrices tienen que cumplir con patrones de una heterosexualidad compulsiva y adormecedora. No lo digas, no preguntes.
 
 
 
 

 Películas como Gattaca pusieron ya en primer término las complejas relaciones entre la ciencia ficción y la diversidad sexual. Igual que las novelas de Úrsula K. Leguin o Samuel R. Delaney. La relación entre Ethan Hawke y Jude Law iba más allá de la simple amistad igual que los personajes encarnados por Sigourney Weaver, Angelina Jolie o Nathalie Portman (V de vendetta) en el terreno de lo fantástico se llenan de una masculinidad osada y nada convencional. Su aspecto dista de ser el atribuido a la heroína hollywoodiense y su profesionalidad o su rebeldía están llenas de aplomo. Sus interpretaciones pueden ser subversivas (como en el caso de Weaver en Alien o Portman en V de Vendetta) o meras copias de los superhéroes masculinos (como la imposible Lara Croft que encarna con histrionismo Angelina Jolie)

 Los superhéroes parecen hechos para el público infantil o, especialmente, adolescente, y eso nos lleva al terreno y el periodo vital  en que los roles sexuales son asignados o reafirmados. De esto saben muchos los niños con pluma acosados en los colegios.  Por eso Marvel o la productora de turno se anda con precaución en un mundo donde la Iglesia, las sectas, la escuela privada, los recortes ideológicos    y la familia tradicional siguen haciendo de las suyas. Basta con citar a la escritora Alice Walker cuando afirmó que la única razón por la que accedió a ceder los derechos de El color púrpura al todopoderoso y blandengue  Spielberg era porque lo más parecido que había visto a una joven lesbiana negra  en el cine de masas  era E.T. el extraterrestre.

Saturday, July 06, 2013

INMENSA TILDA


 

 

Tilda Swinton, inmensa en el Moscú de Putin

 

Esgrimiendo una bandera del arco iris en el centro de Moscú, Swinton vuelve a sorprender, sin grandes discursos, como una actriz versátil, polifacética   y como activista incansable por los derechos LGTB.

 

La actriz inglesa Tilda Swinton es comenzó su carrera como actriz fetiche y cómplice de algunas de las películas más provocativas del realizador abiertamente gay  Derek Jarman. Pero el papel que más fama le ha dado ha sido el de “Orlando” la adaptación de Sally Potter de la novela homónima  de Virginia Woolf dedicada a Vita Sackville-Vest.  Cuando oímos hablar de iconos gays o lesbianos (algo tan cansino como cambiante y paternalista) nos ponen a Chenoa cantando en Chueca, Lady Gaga, Leticia Sabater  o estampitas de Sara Montiel. No necesitamos iconos (o cada uno tiene el suyo) pero de tener que  elegir uno yo me quedaría con esta camaleónica actriz inglesa cuyo aspecto andrógino y las muchas facetas en las que se ha movido (videoarte, cine experimental, teatro, cine comercial) demuestran que su compromiso va más allá de lo formal.   Tilda Swinton ha intervenido en muchas películas de temática gay (En lo más profundo) o lésbica (Perversiones de mujer) y sus proyectos combinan pequeños papeles en la industria de Hollywood con grandes recreaciones en producciones independientes o películas europeas (algunas de las cuales solo se salvan por su titánica  actuación como es el caso de la barroca, operística  y afectada Yo soy el amor de Luca Guadiano). La protagonista de Tenemos que hablar de Kevin ha hecho de madre convencional o poco convencional, de mujer humilde y maltratada  (The war zone de Tim Roth) o de malvada bruja disneyana (El león la bruja y el armario) pero todos la conocen como alguien cuya capacidad camaleónica traspasa las pantallas y la sitúa en el escenario político de los derechos de las mujeres, gays, lesbianas y transexuales.  Hoy convendría revisar sus colaboraciones con Jarman en filmes como Eduardo II o Caravaggio o El jardín y su complicidad con la causa lésbica interpretando la que sigue siendo la mejor adaptación de la novela histórica y pionera  de Woolf o con sus performances en las que sigue jugando con el cambio de aspecto, desafiando  los corsés de la Inglaterra conservadora   e invitando con discreción pero sin descanso a la ruptura del binarismo hombre/mujer. Swinton es una todoterreno y se ha apuntado a producciones de Hollywood poco o nada estimulantes pero también capaz de dar lo mejor de sí misma en papeles muy complejos como Julia de Érick Zonca, inspirada levemente en la Gloria de John Cassavettes.

 
 
 
 
Swinton no sermonea, actúa. Con acierto o sin él parece mezclar un temple moderado y una sonrisa irónica con pequeños y grandes gestos de dimensión política como rodar un filme coral sobre su amigo Jarman de la mano de Isaac Julien, dormir en una urna de un Museo  de Arte Contemporáneo o  levantar la bandera del Orgullo Gay en la ciudad y un país en retroceso. Un país  donde se siguen matando gays, lesbianas o transexuales, donde la policía está en todas partes, donde se censuran publicaciones y donde se encarceló a las jóvenes cantantes   Pussy Riots por protestar contra la Iglesia ortodoxa  y el régimen despótico  de Putin. Hay pocas actrices o actores que susciten tanta curiosidad por su capacidad performativa y su capacidad de hacer personajes desgarrados como en Tenemos que hablar de Kevin o humorísticos en Quemar después de leer de los Coen o Tumbsuker de Mike Mills (Principiantes). Swinton arriesga tanto en películas comerciales donde le dan un pequeño papel como en filmes casi vanguardistas como los de Jarman, Marbury o Bela Tarr. También se ha trasformado en vaquera y vampira para Jim Jarmush.  Swinton no es una actriz guapa en el sentido convencional del término pero si enigmática y de un extraño y peculiar  atractivo. Belleza fría pero  cambiante.   Si ya como musa y cómplice  de Jarman conquistó muchos corazones ahora sigue por sus caminos rompiendo algunos moldes sociales  a un lado y otro de la pantalla.
 
 
 

Thursday, July 04, 2013

¿QUIEN TEME A JANE AUSTEN?


 

 

¿QUIÉN TEME A JANE AUSTEN?

 

 

           

            Mi curiosidad por el sadomasoquismo data mi más tierna infancia, cuando jugaba a romanos y cristianos con mis compañeros de clase. Mi preferencia por el papel de romano, centurión con látigo en mano, dando siempre órdenes, me sorprende hoy día, cuando tiendo más a preferir un papel pasivo en las relaciones de poder. Tal vez el misterio radique en la turbulencia de una adolescencia de autorechazo y descubrimiento dolorido de una sexualidad disidente en una ciudad provinciana.  Nuestros juegos de entonces, circo incluido, a pesar de su sadismo escénico (puro teatro),  se quedaban pequeños al lado de los brutales castigos que todavía nos inflingían los profesores de avanzada edad, nostálgicos del franquismo, amantes de los rezos  e inexplicablemente nunca jubilados.  A menudo me pregunto si los niños y las niñas que hoy tienen doce años siguen recibiendo violentos tortazos por parte de esos profesores, si estos energúmenos siguen impartiendo clases en el colegio de mi infancia y si estos chavales de nuevas generaciones siguen callando, sin rebelarse, como nosotros hacíamos. Tal vez hayan jubilado a aquellos profesores, o se hayan adaptado a los nuevos tiempos y las nuevas pedagogías (cosa que dudo) o algún alumno  espabilado o padre indignado hayan puesto fin a su reinado de terror.

 

            Cuando jugaba –bastante mal- al fútbol y era castigado por un árbitro joven y seductor no podía evitar tener una erección, que a veces me acompañaba hasta las duchas, para el estupor de mis compañeros de equipo. Desde mis primeros escarceos sexuales estuvo entre mis prácticas preferidas el morder las nalgas desnudas de mis amantes o el chuparles el cuello de manera vampírica, hasta dejarles unas marcas amoratadas que harían palidecer al mismísimo  Bela Lugosi. Esas marcas que ahora ya solo llevan los y las adolescentes. Hoy tengo algunas revistas sobre el tema y me he fabricado un equipo casero de cuero y látigos, pero hasta hace muy poco no me atreví a acudir por primera vez a un “bar leather”.

 

            Mis miedos eran infinitos. Temía que nada más entrar iba a ser atado a unas cadenas y zurrado sin piedad por un joven rapado (casi neonazi) con músculos muy marcados, pantalón militar, esposas de policía urbano  y mirada asesina tras sus gafas de motorista. Temía ser arrojado a una bañera de diseño antiguo y recibir la orina de tipos bigotudos de todas las edades. Mi imaginación no tenía límites y mis prejuicios sobre la cuestión eran los habituales.

 

            Por eso tengo que hablaros de Alex, mi único y verdadero amor (my one and only love). Conocí a Alex en mi primera visita a un bar leather en Barcelona.  Era un chico grande, con unos penetrantes ojos azules que no pude apreciar bien  hasta que no abandonamos el cuarto oscuro del lugar. No era la primera vez que estaba en un cuarto oscuro pero si la primera vez en que estaba en un cuarto oscuro de un bar de sadomaso. Temí ser arrastrado hasta el fondo por algún desaprensivo pero me encontré con Alex, que vestía un espectacular equipo de cuero negro, cadenas y gorra forrada y que me ofreció compartir su cerveza. La invitación allí tenía un doble sentido. Después de la cerveza nos besamos morbosamente y  me invitó a acompañarle a su casa “donde estaríamos más cómodos”. Alex gustaba del sexo en público, doy fe de ello,  pero cuando realmente le gustaba alguien, y creo que ese fue mi caso, lo llevaba a su apartamento, un coqueto y algo estrecho  pisito de soltero en las afueras de la ciudad.
 
 

 

            Alex vivía solo aunque recibía numerosas visitas. Tenía muchos amigos aficionados al S/M y había sido nombrado una vez "leatherman" del año en una feria de San Francisco. Ostentaba su título con la misma vanidad con la que algunos médicos jóvenes exhiben sus diplomas académicos o los cazadores sus horripilantes trofeos.  En el piso de Alex había todo lo que un hombre leather puede desear. Cadenas, esposas, un slimg, un”potro de tortura”, un juego de látigos y fustas, varios aparatos para aplicar y aplicarse descargas eléctricas, velas de todos los tamaños y colores imaginables y un decorado sadomaso digno de la mejor película porno gótica. Nuestras noches de amor se prolongaban lo indecible. El tiempo parecía esfumarse. Unas veces yo jugaba a dominarle y le infringía aquellos castigos corporales que me pedía y otras veces, las más comunes,  era Alex el que armado con un látigo de siete trallas accedía amablemente a todas mis peticiones.
 
 

 

            En el dormitorio de Alex he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida. Después de hacer el amor y de dormir plácidamente  Alex me despertaba con el desayuno preparado y lo dejaba en una bandeja sobre la biblioteca. En su biblioteca, aparte de revistas gays leather y libros sobre piercing y sadomaso, Alex tenía las obras completas de Jane Austen, lujosamente encuadernadas en rosa pálido. Costaba imaginarse a ese oso impresionante y erótico que era Alex, rebosante de músculos, fibra y  testosterona, sufriendo por los avatares amorosos, las familias revueltas  y los casorios por amor o por dinero de aquellas  de heroínas decimonónicas, pero así era. Alex había leído todos y cada uno de los libros de su escritora favorita y hablaba de las mujeres de Austen como si de sus amigas más íntimas se tratara A diferencia de la Austen, que escribía a escondidas en el salón de su casa,  Alex si tenía "una habitación propia y diez mil libras al año" que le proporcionaba su trabajo de barman y chapero ocasional en la Barcelona nocturna. No tenía necesidad de esconder sus preferencias sexuales y hacía estupendos viajes al extranjero. Gracias a él perdí el miedo al lado oscuro de mi sexualidad. Aunque el tiempo y mis estudios nos fueron distanciando.  Orgullo y prejuicio. Sentido y Sensibilidad. Pero sobre todo Persuasión.

 

Un día nos encontramos a la salida de la biblioteca donde yo iba a preparar esas oposiciones que luego no me sirvieron de nada. Nos acercamos con torpeza. Alex parecía algo inseguro aunque su aspecto imponente seguía intacto. Esa mezcla de inocencia y primitivismo. Ese querer y no poder ser fiero. Algunos de aquellos encorsetados estudiantes de derecho agrupados alrededor de las máquinas de refrescos inspiraban más temor que Alex que de nuevo resplandecía ante mis ojos. Sin preguntar metió una moneda de café en la máquina. Mientras la bebida se enfriaba y yo me disponía a decir alguna tontería para salir del paso Alex habló con dulzura: Han cerrado dos bares donde curraba  y me han retirado la hipoteca del piso. Esto no puede durar". Le miré extrañado. “Animo, hombre”, fue lo único que se me ocurrió decirle. “La ciudad se muere pero yo me voy si hace falta a Marte” sentenció. Por primera vez era el más pesimista de los dos. Pero de nuevo era el personaje activo de la función. Dispuesto a huir con el mismo ímpetu con el que yo temía quedarme. Le di un beso en los labios, como para demostrarle que no me importaban nada aquellos chicos y chicas murmurantes  que nos rodeaban, y me volví al temario. Cuando miré hacia atrás le vi encestando el vaso de plástico en la papelera  como un adolescente travieso.

 

 

Se fue a Londres sin despedirse  y decidió no volver. Al principio tuvo algún problema con la poli inglesa (que sigue persiguiendo el sexo en público y el sexo hard) y estuvo unos días en comisaría, acusado de escándalo público. La patria de Jane Austen le mostró a Alex su cara más agría. Pero Alex no se derrumbaba fácilmente. Renacía como una planta trepadora.  Más tarde empezó a irle bien, montó un bazar erótico (La Abadía de North-anger)  en el Soho y encontró un oso grande y peludo del que se enamoró locamente. Juntos iban a las manifestaciones contra los recortes en Europa, que algún día, llegarían también a Inglaterra, fuera del euro. Su recuerdo se me  iba haciendo borroso, paseando por una ciudad devastada me acerque  una mañana de domingo a esa zona que solo conocía de noche. Y supe que Alex siempre estaría allí, detrás de esas verjas cerradas, aquellos locales clausurados,  invitándome a compartir su cerveza.  Al volver a casa pase por la case Margaret Tatcher y lloré como no hacía mucho tiempo. Pero no sé si de tristeza o como un agradable desahogo, a tanto tiempo solo, trenes perdidos  y tantos cambios repentinos

.  Hace unos meses recibí su última postal, una misteriosa foto tomada  en el British Museum donde  que aparece vestido entero de negro y abrazado al pálido busto de mármol de la señorita Austen.
 
 
 

Wednesday, July 03, 2013

LAS BRUJAS DE WINTERSON


 
 
La novelista inglesa Jeannette Winterson vuelve al terreno de la ficción y la fantasía tras su conmovedora y sincera autobiografía. En este caso nos cuenta la historia de Alice, una mujer singular y dotada de un extraño poder  y acusada de brujería en Lancashire durante el reinado de Jacobo I. Como siempre en Winterson está presente una mirada femenina, feminista  y lésbica sobre sus criaturas, sean del pasado o del futuro.

 Después de "¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?" dónde esta autora - ya clásica dentro de la literatura feminista, lésbica y queer- nos cuenta su difícil infancia y juventud en una familia desestructurada y una Inglaterra empobrecida, Winterson se adentra con "La mujer purpura" en un misterioso y vergonzante suceso histórico que le sirve para desplegar ese lenguaje cautivador y poético que la caracteriza como narradora original y de primer orden, amada por los lectores y respetada por la crítica. Winterson nos cuenta una historia de mujeres y secretos, sobre todo la historia de Alice - una mujer sabia incriminada en un proceso de brujería- pero también una historia sobre la miseria y la intolerancia de las instituciones eclesiásticas y judiciales de la época. Del ciberfeminismo a la novela histórica (“La pasión”) Winterson se mueve también con soltura en el terreno de la novela gótica sin perder un ápice de esa construcción transgresora, mordaz e intimista que caracteriza a sus mejores novelas.

 

 “La mujer púrpura es una historia de rebeldía, secretos, magia e intolerancia. Algunos de los grandes temas preferidos de esta gran escritora internacionalmente conocida a pesar de la franqueza con la que describe el amor entre mujeres o, en este caso, la intolerancia hacia las mujeres diferentes, el poder patriarcal o un particular descenso a los infiernos de una feminidad a la vez lúcida, luminosa, contradictoria, furiosa y atormentada. En su último libro nos sitúa en un mundo no muy lejano a las de 'Las brujas de Salem' de Arthur Miller pero desde una mirada más humana y con claro regusto feminista. Una novela a la vez tétrica y desafiante sobre el poder oculto de una mujer en un mundo sumido en el rencor y el fanatismo pero donde también surgen las alianzas. Desde Escrito en el cuerpo Winterson no ha dejado de acércanos a mujeres poco comunes o  'fuera de la norma' y en esta ocasión escoge un pasado sombrío y un proceso histórico vergonzoso para aproximarnos con sutileza al mundo de la sabiduría frente a la superstición. Construida como otras novelas suyas -con peculiares fragmentos de prosa poética- estamos, no obstante, ante una de sus obras más clásicas ya que sigue con claridad el hilo de los personajes y los acontecimientos aunque, nuevamente, y a pesar de la negrura del argumento y de las drásticas decisiones de las y los protagonistas, la autora vuelve a dar un aliento mágico a una metaficción llena de ingenio, ironía y mórbido encanto. Cada nuevo libro de Winterson es un obsequio y una sorpresa. "La mujer púrpura" nos regala a la libérrima Alice y a un mundo sumido en las tinieblas y la resistencia al poder en  una época y un personaje que esta escritora sabe hacer suyos.