LE TEMPS QUI RESTE (EL TIEMPO QUE QUEDA)
¿La mirada inocente?
“(…) Unas veces son imágenes subjetivas, recuerdos de infancia, sueños o fantasías auditivos y visuales donde el personaje no actúa sin verse actuar, espectador complaciente de el rol que él mismo desempeña..
Gilles Deleuze “La imagen-tiempo. Estudios sobre cine II”
La muerte y su aceptación. La memoria y la herida. El egocentrismo y la entrega. La desdicha y la felicidad. La juventud y la vejez. La playa y la muerte. Las fotos como retratos superficiales de realidades físicas artificiales o como desvelamiento de aspectos ocultos del “alma” humana. La imagen y el espejo. La pérdida y la separación. La huida y el reencuentro. La familia y la soledad. La disputa y la reconciliación. El tiempo que pasa irremisiblemente. La historia que puede, y no, cambiarse. La mirada hacia atrás y hacia adelante. Los seres queridos, los no tan queridos, los recuperados. El estrellato y la cotidianidad. Las miserias íntimas. La ternura íntima. El encuentro con la muerte y el miedo a ésta y a la vida. Homo y bisexualidad. Descendencia y permanencia. Amor a dos y a tres bandas. Padres e hijos. Matrimonios heterosexuales y esterilidad. Trabajo y arte. Homosexualidad y procreación.
Ozon dentro de la tragedia -abordada, como veremos, de un modo harto singular- incluye una de sus características situaciones que, sin parecerlo, resultan divertidas o cuando menos estrafalarias, provocando una mezcla de empatía y distanciamiento en el espectador/a. Me estoy refiriendo naturalmente a la secuencia del ménage à trois con el que Romain deja embarazada a la camarera del bar de carretera (encarnada por Valeria Bruni-Tedeschi, la protagonista femenina de “5x2” y realizadora y estrella absoluta del simpático filme francés “Es más fácil para un camello…”) Al principio Romain había rehusado la petición de ésta y su marido: “no quiero tener hijos” afirma Ya hemos visto, en una de las primeras secuencias del filme, cómo no congenia demasiado con sus sobrinos, no porque no le gusten los niños, según manifiesta con inusitada dureza, sino más bien porque son los hijos de su hermana con la que mantiene una tensa relación. Romain hasta el final se resiste a hacer fotos a los suyos.
El niño que fue, con su intensa, tierna y a la vez hierática y escalofriante mirada, aparece de modo esporádico en la imaginación del protagonista y a los ojos de los espectadores, sobre todo ante el espejo, o en los recuerdos que le suscita el bosque donde va a buscar a su abuela anciana. Cuando, abriéndose de un modo particular al mundo, en su proceso de aceptación de la muerte, de su propia ausencia en un entorno en el que hasta entonces era una especie de estrella, el protagonista accede a inseminar a la mujer, El director sitúa al matrimonio y al joven fotógrafo en una pequeña habitación en la que ella aparece tumbada en la cama, en una posición de espera casi mortuoria, vestida únicamente con ropa interior. El marido parece que va a limitarse a mirar. Es una situación a la vez terriblemente incómoda y divertida. Ozon hace que el marido -para facilitar la excitación de Romain que es gay- acabe participando activamente en ese coito en el que lo que se pretende es la fecundación de la esposa, ya que él es estéril. Ozon parece reírse por un momento de la seriedad con la que ha abordado la tragedia de este joven fotógrafo condenado a morir, que, a priori y a pesar de su dolorosa situación, no es simpático al público, pero al que éste termina comprendiendo y hasta amando. Recordemos, en un tono mucho más irreverente, la secuencia en la que los cuatro malavenidos protagonistas de la fassbinderiana tragedia de “Gotas de agua sobre piedras calientes” se arrancan a bailar y cantar, sin ningún sentido del ridículo, una ensayada pero torpemente ejecutada coreografía al son de una famosa canción de Rafaela Carrá (¡cantada en alemán!) o las escenas a tres, a cuatro o a ocho de otros filmes del realizador francés. Ozon nunca renuncia del todo, incluso en sus filmes más graves y serios- y estamos ante una tragedia en toda en regla-, al humor corrosivo y la extravagancia; a cierta ironía negra, a cierto bretchiano distanciamiento, a cierto gusto por la hipérbole que lo había caracterizado sobre todo en sus primeros filmes. Alcanza, en cambio, un momento de enorme gravedad cuando Romain y su abuela (una envejecida e intensa Jeanne Moreau, que renuncia a cualquier tipo de glamour y embellecimiento) intercambian confidencias. Ella, recluida en una casa de campo, es un personaje femenino plenamente ozoniano, con su reclusión espiritual, su alejamiento del mundo, su satisfecha soledad y su dificultoso pasado, una suerte de hada buena recluida en esos bosques por donde han paseado tantos personajes de su cine.. Ella encarna una fuerza positiva en el mundo, físico y espiritual del protagonista masculino que se derrumba.. La anciana es el único personaje del filme, aparte de los dispositivos médicos, al que Romain confía su grave secreto- enfermedad (el cáncer que se ha apoderado de su cuerpo joven ) y ambos entablan un diálogo interesante y desgarrador sobre la soledad, el amor y el egoísmo. Una relación intimista en la que algunos comentaristas han querido ver ciertos rasgos incestuosos.
“Le temps qui reste” ha sido inoportunamente comparado con la mediocre, falócrata y efectista “Las noches salvajes”, dirigida y protagonizada por Cyril Collard, o con la mucho más descarnada y ascética “Son frère”, notable obra del todavía aquí mal conocido Patrice Chereau ( realizador que ya se dio a conocer con “L´homme blessé” igualmente lúcida y pesimista). Pero por ahora hay que verla como un eslabón coherente e importante en la obra del realizador parisino, capaz de sorprendernos en sus cambios de registro temático que no rompen su trayectoria estilística, su inventiva plástica- aquí plasmada en un elegante formato alargado- y su particular visión de las debilidades humanas. La deriva espiritual de Romain, su huida de una cotidianeidad que ya ve de otro modo, se plasma en la deliberada tensión que pone en su reencuentro, después de recibir la noticia de su incurable enfermedad y de rechazar la quimioterapia, en una agresiva actitud hacia su hermana o en la tensa escena de sexo con su joven amante, donde Ozon reproduce una situación de desigualdad dentro de una pareja pues el protagonista, gracias a su éxito profesional, mantiene económicamente a un chico más joven que él. La oscuridad, la tensión sexual y los estadillos de violencia física o verbal presiden estos encuentros que ponen al espectador, durante el primer cuarto del filme, en su contra o al menos en guardia con respecto al carácter del protagonista, aunque se le haya concedido el privilegio de conocer su terrible secreto.
Como en “5x2”, Ozon disecciona de un modo poco convencional un drama privado, íntimo, a la vez que plantea desde su personalísimo punto de vista cuestiones que todavía resultan espinosas para la sociedad francesa actual como la homoparentalidad, el sexo fuera del matrimonio, la infidelidad matrimonial, la inseminación, las nuevas formas de relación y la adopción o la ruptura de los lazos afectivos más tradicionales. Aunque “Le temps qui reste” es, a diferencia del puzzle que constituye la arquitectura narrativa ya no tan original de “5x2”, una narración lineal y cronológicamente coherente -salvo los breves y oníricos flash-backs de la niñez de Romain-, resulta una vez más un filme fácilmente divisible en actos. Y también una película en la que se da mucho juego a actores y actrices para el lucimiento, pese a que tengamos, a diferencia de otras obras suyas construidas sobre tríos, bino o polinomios , a un protagonista absoluto. Como en “Sous le sable” (otro filme sobre el luto, en este caso el de un ser querido) o como en “5x2”, un drama sarcástico sobre “la muerte del amor”, la acción concluye en la playa, a la orilla del mar. Pero, si en las imágenes finales de los trabajos citados se nos transmitía un raro optimismo y una extraña calidez, en este caso se trata de un final melancólico- con ecos viscontinianos- para una historia trágica que, no obstante, pretende en el fondo contener un mensaje de esperanza y redención.“Le temps qui reste” es, seguramente, y a pesar de sus imperfecciones y ambigüedades éticas, uno de los filmes mejor rodados de Ozon, si no el mejor (junto con “Swiming pool”), con una maravillosa fotografía, utilizando con inteligencia por primera vez el formato panorámico y logrando un extraordinario contraste entre luz natural, artificial y oscuridad sólo comparable a la sinfonía cromática que componía, en un tono mas tenue, otro filme suyo sobre el la pérdida, el duelo y la melancolía: “Sous le sable”.
Muchos críticos, un tanto apresuradamente, han visto la sombra del SIDA planeando sobre el último trabajo de este director, que obtuvo la espiga de Plata en Festival de Cine de Valladolid, y Ozon tuvo que aclarar, con inteligencia, que aquí el tema es otro y que realizar un filme sobre el VIH está entre sus proyectos, pero aún no se siente preparado para hacerlo. Se le han adelantado, de diferentes formas, Patrice Chereau con la agria “Son frére” y sobre todo el cálido André Téchiné de “Les témoins”, pero sin duda la propuesta del joven parisino – si llega- tendrá un carácter personalísimo.
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