PARIS
Cédric Kaplish sigue siendo una “rara avis” en el cine francés contemporáneo y dentro del cine europeo en general. Autor de comedias dramáticas originales como y dotadas de indiscutible frescura como “Cada uno busca su gato”, y de películas tirando a banales y preferentemente destinadas al público y a la taquilla como su saga de “El albergue español”, se adentra en esta ocasión, con brío y desiguales resultados, en el drama humano e intimista y en la ópera social y el drama costumbrista. “Paris” es la historia de una ciudad, mitificada donde las haya, observada con un tono a la vez grave, irónico, distanciado, humano y colorista. El eje de la historia es la enfermedad grave de Pierre (Romain Duris) quien, creyéndose a punto de morir, se convierte en un observador pasivo de los encantos y miserias de una ciudad caleidoscópica y llena de contrastes. El desapego existencial, la melancolía y su hundimiento emocional de Pierre nos recuerdan la mirada tierna y lúcida de algunos personajes de Francois Ozon o Eric Romer aunque la aproximación de Kaplish es más despreocupada y mucho menos honda. Entre los muchos -tal vez excesivos- temas del filme, encontramos el desamor, las relaciones familiares, la búsqueda de la dignidad y la estabilidad económica y la infinita soledad que se dejan sentir en el seno de una ciudad bulliciosa que resulta para unos un paraíso de colores y mezcla de culturas y para otros una trampa o un lugar inhóspito y lleno de dolor y de heridas abiertas por el paro, la inmigración, la infelicidad, los prejuicios raciales, los dilemas familiares y la virulenta escisión entre la realidad y las apariencias.
Cédric Kaplish sigue siendo una “rara avis” en el cine francés contemporáneo y dentro del cine europeo en general. Autor de comedias dramáticas originales como y dotadas de indiscutible frescura como “Cada uno busca su gato”, y de películas tirando a banales y preferentemente destinadas al público y a la taquilla como su saga de “El albergue español”, se adentra en esta ocasión, con brío y desiguales resultados, en el drama humano e intimista y en la ópera social y el drama costumbrista. “Paris” es la historia de una ciudad, mitificada donde las haya, observada con un tono a la vez grave, irónico, distanciado, humano y colorista. El eje de la historia es la enfermedad grave de Pierre (Romain Duris) quien, creyéndose a punto de morir, se convierte en un observador pasivo de los encantos y miserias de una ciudad caleidoscópica y llena de contrastes. El desapego existencial, la melancolía y su hundimiento emocional de Pierre nos recuerdan la mirada tierna y lúcida de algunos personajes de Francois Ozon o Eric Romer aunque la aproximación de Kaplish es más despreocupada y mucho menos honda. Entre los muchos -tal vez excesivos- temas del filme, encontramos el desamor, las relaciones familiares, la búsqueda de la dignidad y la estabilidad económica y la infinita soledad que se dejan sentir en el seno de una ciudad bulliciosa que resulta para unos un paraíso de colores y mezcla de culturas y para otros una trampa o un lugar inhóspito y lleno de dolor y de heridas abiertas por el paro, la inmigración, la infelicidad, los prejuicios raciales, los dilemas familiares y la virulenta escisión entre la realidad y las apariencias.
“Paris” es un filme tentado por la grandilocuencia y que abarca demasiadas historias y “vidas cruzadas”, demasiados temas y nudos dramáticos planteados con cierta fuerza y realismo, pero que o bien no se resuelven de modo satisfactorio o, sencillamente, no se resuelven. El filme se apoya en una espléndida Juliette Binoche que ha alcanzado una madurez interpretativa encomiable, aunque abuse de recursos dramáticos y matices que ya ha utilizado para otros personajes en filmes de Techiné u Oliver Assayas. El tono del filme resulta algo frío e insincero a pesar de la eficacia y sobriedad con la que Kaplish se acerca a sus criaturas que siguen viviendo, trabajando y amando pese a las heridas intimas y la incertidumbre colectiva que parece haberse adueñado de una ciudad luminosa presentada en tonos grises, filmada con cierto amor, pero también con algo de tristeza y desencanto. Así, nos vamos encontrando con la enfermedad de Pierre y la soledad afectiva de Elise (Binoche) que trata de fingir entereza ante circunstancias cada vez más adversas, la búsqueda del éxito profesional de un locutor de televisión o un profesor de universidad, el viaje desesperado de un inmigrante procedente de Camerún, etc.. Un relato balzaciano con ecos del neorrealismo italiano tardío y del cine francés social, algo devaluado por la necesidad de contar demasiadas historias y de cautivar al espectador con escenarios variopintos, planos enfáticos o motivos visuales que chocan violentamente entre sí.
Kaplish logra un filme interesante y lleno de buenos momentos, en particular gracias a la eficacia de actores y actrices y a la fuerza de los personajes, pero mezcla demasiados temas como si quisiera contarlo todo sobre una ciudad desbordante a través de la historia demasiado compleja de personajes desamparados a los que describe de una forma eficiente pero algo apresurada, tópica y superficial. Estamos, pues, ante un filme apreciable y ante un director al que hay que seguir la pista, pero también ante un melodrama romántico y una comedia satírica algo ampulosa donde Kaplish se decanta por una mirada epidérmica y deshilvanada sobre conflictos graves que traza con brío para después pasar de puntillas sin llegar nunca al fondo del asunto.