J.EDGAR
Construida con buen pulso y a través de alambicados saltos espacio temporales “J. Edgar”; excesivamente discursiva, no es la mejor película de Clint Eastwood, pero si aquella en la que -quizás debido al guión de Dustin Lace Blank “ Mi nombre es Harvey Milk”- el director de “El intercambio” da su visión más pesimista de la vida estadounidense y sus costumbres. Arropada nuevamente en una minuciosa reconstrucción de la época y en una contrastada iluminación de Tom Stern, “J. Edgar” se apoya demasiado en la individualidad de un personaje antipático para retratar la historia de los EEUU desde los años treinta hasta el mandato de Nixon y, con algunas pinceladas aceradas y otras algo almibaradas, nos da una visión caleidoscópica de la vida privada y pública del jefe del FBI.
El fascismo y la paranoia instaladas en la sociedad estadounidense están en el trasfondo de “J. Edgar”, pero Eastwood suaviza las aristas de su narración con su habitual canto al individualismo, sus apuntes sentimentaloides y su amor incondicional a las pequeñas virtudes que, a pesar de las grandes manchas de su historia, atribuye a los EEUU, que -a pesar de sus páginas más vergonzosas- parece ser el único modelo posible de organización sociopolítica. Así el filme apoyado en el que es sin duda el mejor trabajo de Leonardo Di Caprio hasta la fecha, logra un sólido y mordaz fresco histórico y nos acerca a uno de los personajes más lúgubres y contradictorios de la historia del siglo pasado. Un hombre que persiguió a las minorías, silenció a las mayorías y dio la espalda a todos en aras de todos sus intereses y de los suyos, pero también un hombre abatido por sus propias contradicciones, secretos y su desmedida egolatría. Estamos ante un filme interesante aunque desigual que, debido a su excesiva longitud y al notorio protagonismo de Di Caprio, ensombreciendo incluso a Judi Dench y Naomi Watts, nos da una visión algo blanda, pero bastante completa y documentada, del lado oscuro del establishement norteamericano: la delación, la competititividad, la doble moral, el heroísmo y la falta de escrúpulos de un personaje que llegó a obtener un inmenso poder convirtiéndose en el brazo derecho de los filibusteros y retrógrados que todavía pululan por la grandes esferas de la política internacional.
Una película necesaria y llena de pequeños grandes momentos en la que, a pesar de su estructura novelística y excesiva morosidad, no llega al fondo del corazón de la bestia y se limita a dar severas, inteligentes pero titubeantes e irregulares pinceladas sobre la “pesadilla norteamericana”.
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