Con
“Cosmópolis” David Cronenberg prosigue
su trayecto hacia un cine más intelectual que el de los festivales de vísceras y mutaciones que
lo dieron a conocer como profeta de “la nueva carne” a finales de los ochenta
con filmes como “Rabia”, “Videodrome” o “La mosca”. No obstante – y tras
adentrarse en el cine de acción y violencia - , el director de “Crash” (otra
fábula negra y enfermiza) continúa en la intelectualización de su cine y, si en
su anterior y discutido trabajo (“Un método peligroso”) se atrevió con Freud, Sabina y Jung, en esta
ocasión adapta una novela homónima del
controvertido Don DeLillo (“Submundo”),
un neoyorkino retratista del lado oscuro del “sueño americano”. “A dangerous method” resultaba ser un filme de
factura algo convencional que desmerecía
la ambigüedad moral y el cosmos desgarrado del autor de películas tan febriles
como “Spider” o “ExistenZ”. “Cosmópolis”
es una distopía ¿futurista? sobre Eric Packer un joven multimillonario (Robert
Pattinson) que recorre las calles de una gran ciudad en una mastodóntica
limusina (una especie de caravana de lujo y confort) y a
través de la misteriosa aparición de diversos personajes de su vida pasada y
presente y de sus temores íntimos se da cuenta del vacío de su existencia y
comienza un agrio y algo pedante camino hacia la locura y la autodestrucción.
Cronenberg,
director de la crueldad y la ironía, construye un microcosmos asfixiante porque -a
pesar de que gran parte del filme transcurre en vehículo de dimensiones
desproporcionadas- el espacio de la esperanza y la ilusión en la vida del
atribulado Eric se va cerrando a medida que, a través, de la aparición fantasmal
de personajes diversos su trayectoria
como ser humano es puesta en entredicho.
Vemos
en “Cosmópolis” la habitual obsesión del realizador canadiense por el cuerpo y
la piel de sus personajes, por sus mutaciones y sus
mentes atormentadas y al borde del estallido (“Videodrome”, “Spider”). En las
calles de la gran ciudad se suceden las manifestaciones, las revueltas y los disturbios mientras este joven y
arrogante ejecutivo recorre los recovecos de su existencia en
busca de respuestas a preguntas filosóficas cada vez más oscuras. Una metáfora
algo obvia del aislamiento de los poderosos hacia lo que sucede, hoy en día, en
las calles de nuestras ciudades. El problema es que el joven Robert Pattinson
(“Crepúsculo”) no da en absoluto la
talla como un “yuppy” desencantado de su
vida y más bien parece ir a un baile de Halloween que a una calle sin salida a
través de los senderos de una existencia marcada por la avaricia y el
materialismo, los amores frustrados, las posesiones aparentes y una extraña soledad en medio de la comodidad
(ejemplificada en ese “largo viaje hacia la peluquería”). Nihilista,
inquietante y bien rodada, con una
sombría fotografía de Peter Suschitzky, una tenue banda sonora de Howard
Shore (habituales colaboradores del
realizador canadiense), “Cosmópolis”
coquetea con lo fantástico pero sobre
todo con la teatralización de las obsesiones materiales, sexuales y morales de
su protagonista y sus fantasmas que cobran forma en seres humanos de
desagarrada trayectoria. De una manera algo bergmaniana (donde el pasado y el
presente se cofunden) asistimos a un
desfile de secundarios -entre los que destaca la estupenda Samantha Morton
frente a un plantel de actores y actrices franceses algo perdidos en sus
personajes- que ponen al protagonista
masculino entre la espada y la pared.
Un
filme claustrofóbico, bien planificado, pero que puede resultar un tanto
relamido y altisonante a los detractores de la “ciencia ficción intelectual” o
el “fantástico con mensaje” pero que, en cierto sentido y, a pesar de un exceso de verborrea,
disquisiciones y errores de casting, nos
devuelve al verdadero Cronenberg y al universo enfermizo, pesimista, turbio y
amoral del realizador de “Inseparables”, “Videodrome” y “La mosca”.
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