AGUSTÍ VILLARONGA,
ESE GRAN DESCONOCIDO
“Fuimos niños de la guerra…”
Decía Djuna
Barnes de sí misma que era "la escritora desconocida más famosa del mundo". Algo
así podría decirse de Agustí Villaronga
y su cine. Desde el malditismo de culto de su espeluznante “Tras el cristal”
hasta su fascinante episodio en blanco y
negro de “Aro Tobulkin, en la mente del asesino” el realizador mallorquín ha
tenido tantos seguidores fieles como
silencios en la Historia con mayúsculas del cine español. Pilar
Pedraza acaba de dedicarle una monografía que viene a paliar, en parte, la
injusticia histórica que la literatura sobre el cine español ha cometido contra
uno de los realizadores de trayectoria más personal e intransferible de nuestro
cine. Las películas de Villaronga, como parte del arte más sólido e impactante
de las últimas décadas, están filmadas
de espaldas al público, como si este director estuviera esculpiendo de
forma obsesiva una y otra vez los mismos espacios y las mismas obsesiones y de
vez en cuando -enteras o en fragmentos- vieran la luz pública causando
alternativamente admiración, repulsa, desconcierto, pánico, interés o
indiferencia.
Si “Tras el
cristal” es “la película que John Waters
no enseñaría a sus amigos”, tampoco “El mar” es una película que
haya despertado demasiado entusiasmo más allá de ciertos círculos de la
crítica especializada, los admiradores del realizador, los interesados en la
postguerra o en la novela, la cinefilia
gay y los incondicionales del cine
fantástico y de terror , porque Villaronga
ha erigido otra fábula incómoda, (llena de religión, morbo, fetichismo y
sangre) sólo aparentemente más clásica en su trama y sus personajes, e
igualmente radical en su resolución estética, que además pone en evidencia
algunas las constantes de su cine: la sexualidad fuera de la norma, las
heridas, la infancia, la violencia, la soledad
y la muerte. “El mar” es una película menos lúgubre y opresiva que “Tras
el cristal”, menos surreal y fantástica
que “El niño de la luna” y menos ceñida al cine de género que “99.9”,
menos rica en su escenografía y repercusión histórica que “Pan
negro”, pero la construcción del relato,
su “mise en abisme” la convierten en otra sombría e implacable bajada a los
infiernos del cuerpo y la mente. Tras su brillante y estremecedor prólogo,
asistimos a la historia de un reencuentro que desbarata las expectativas del
melodrama psicológico al uso para construir otra pieza de cámara obsesiva, a la
vez dolorosa y fascinante, sensual y turbadora, pasional y funeraria.
Villaronga ha
hecho películas buenas (“Tras el cristal”, “El mar”, “Pan negro”), regulares
(“Pasajero clandestino”, “El niño de la luna” “99.9” ) pero nunca ha hecho un
filme malo o inútil porque su personalidad fílmica es demasiado fuerte y su
universo visual demasiado potente. Estuvo cerca del proyecto de Almodóvar y “La
mala educación” (cuya atmosfera turbia, a ratos enfebrecida –teñida de sexo,
culpa y religión- recuerda algunos pasajes de “El mar”) y ha intervenido como
actor en pequeños cameos en algunas de
las películas más apreciables del cine
fantástico español reciente como “El
celo” de A. Aloy o "El habitante incierto" de Morales.
“El mar” está
basada en la novela homónima de Blai Bonet,
y en ella se encuentran los
personajes más “enteros” de toda la filmografía de Villaronga, a pesar de sus
resonancias folletinescas; sus símbolos y referencias históricas son más claras
(con la guerra civil española como terrible leit-motiv, algo que se repetirá
con mayor realismo en “Pan negro”), pero su puesta en escena desbarata la
construcción novelista del relato y nos
incomoda al situar placer y displacer en los momentos más inesperados de la
historia. Al contrario que en “El niño de la luna” o “99.9” , el director reduce al
máximo los elementos de cine de género o
los alardes futuristas, de forma que su
historia no se saldría de los cánones del relato melodramático de infancia y reencuentro, amor y muerte, si
no fuera porque su puesta en escena quiebra de nuevo las líneas de la
racionalidad compositiva de la narración
y rompe con lo que esperamos de los
personajes y sus acciones.
El filme
comienza con un prólogo brillante, desgarrador e implacable en el que se nos
dan unas pinceladas violentas sobre la infancia de los protagonistas, sacudida
y espiritualmente “rota” por el
sangriento final de la guerra civil española que ellos
escenifican en una breve y a la vez terrible y bellísima secuencia . El
recuerdo de una muerte violenta “un niño
que mata salvajemente a otro y después
se suicida” va a pesar de un modo
obsesivo sobre el resto del filme y sobre esos personajes que quieren vivir
hacia fuera y hacia delante, pero viven
en el interior de recuerdos vergonzosos, sueños incumplidos, heridas sin
cicatrizar y vanas esperanzas de libertad.
“El mar” no es
una película redonda, no es una obra coral, áspera y tan compleja como “Pan negro”, donde como
en “9.99” vuelve a dar un gran protagonismo a las mujeres de todas las edades y
condiciones sociales; los actores
jóvenes se muestran algo titubeantes en sus difíciles papeles y hay ecos de la
narrativa decimonónica que enturbian un tanto la pureza obsesiva y la
deslumbrante oscuridad de sus imágenes, pero
es, sin duda, uno de los ejemplos más sólidos del cine y del universo de
un autor condenado a ser un mito entre los desconocidos. Hoy por hoy,
Villaronga sigue siendo una figura errante en el panorama del cine español
contemporáneo, un nadador contracorriente en un mar lleno de escollos,
intereses espurios, pequeñas perlas y faros de papel.
Sólo el estreno de “Pan negro”-adaptación
personalísima y potente de la novela
homónima de Emil Teixidor y de algunos de sus cuentos como “El asesino de
pájaros” - parece haberle abierto las puertas
al gran público (con Goya a la
mejor película incluido) sin haber
abandonado algunas de sus constantes temáticas y estilistas: el horror de la
guerra, la lucha por la autenticidad y la pérdida de la inocencia en un mundo
sacudido por el oscurantismo, la falsedad
y la intolerancia donde conviven
la luz y la oscuridad, la
infancia y la madurez, la vida y la muerte, la mirada inquisitiva de los niños,
la literatura y el cine, la lucha por la individualidad, la mentira y la verdad
como imposibles, el amor más allá de las
normas…
Sus últimos trabajos han sido
para televisión como el filme en dos capítulos “Cartas a Eva” donde aborda, de
nuevo, cuestiones de nuestro pasado histórico que a muchos no les interesa
recordar.
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