¿QUIÉN TEME
A JANE AUSTEN?
Mi
curiosidad por el sadomasoquismo data mi más tierna infancia, cuando jugaba a
romanos y cristianos con mis compañeros de clase. Mi preferencia por el papel
de romano, centurión con látigo en mano, dando siempre órdenes, me sorprende
hoy día, cuando tiendo más a preferir un papel pasivo en las relaciones de
poder. Tal vez el misterio radique en la turbulencia de una adolescencia de
autorechazo y descubrimiento dolorido de una sexualidad disidente en una ciudad
provinciana. Nuestros juegos de
entonces, circo incluido, a pesar de su sadismo escénico (puro teatro), se quedaban pequeños al lado de los brutales
castigos que todavía nos inflingían los profesores de avanzada edad,
nostálgicos del franquismo, amantes de los rezos e inexplicablemente nunca jubilados. A menudo me pregunto si los niños y las niñas
que hoy tienen doce años siguen recibiendo violentos tortazos por parte de esos
profesores, si estos energúmenos siguen impartiendo clases en el colegio de mi
infancia y si estos chavales de nuevas generaciones siguen callando, sin
rebelarse, como nosotros hacíamos. Tal vez hayan jubilado a aquellos
profesores, o se hayan adaptado a los nuevos tiempos y las nuevas pedagogías
(cosa que dudo) o algún alumno
espabilado o padre indignado hayan puesto fin a su reinado de terror.
Cuando
jugaba –bastante mal- al fútbol y era castigado por un árbitro joven y seductor
no podía evitar tener una erección, que a
veces me acompañaba hasta las duchas, para el estupor de mis compañeros de
equipo. Desde mis primeros escarceos sexuales estuvo entre mis prácticas
preferidas el morder las nalgas desnudas de mis amantes o el chuparles el
cuello de manera vampírica, hasta dejarles unas marcas amoratadas que harían
palidecer al mismísimo Bela Lugosi. Esas
marcas que ahora ya solo llevan los y las adolescentes. Hoy tengo algunas
revistas sobre el tema y me he fabricado un equipo casero de cuero y látigos,
pero hasta hace muy poco no me atreví a acudir por primera vez a un “bar
leather”.
Mis
miedos eran infinitos. Temía que nada más entrar iba a ser atado a unas cadenas
y zurrado sin piedad por un joven rapado (casi neonazi) con músculos muy
marcados, pantalón militar, esposas de policía urbano y mirada asesina tras sus gafas de motorista.
Temía ser arrojado a una bañera de diseño antiguo y recibir la orina de tipos
bigotudos de todas las edades. Mi imaginación no tenía límites y mis prejuicios
sobre la cuestión eran los habituales.
Por
eso tengo que hablaros de Alex, mi único y verdadero amor (my one and only love). Conocí a Alex en mi primera visita a un bar
leather en Barcelona. Era un chico
grande, con unos penetrantes ojos azules que no pude apreciar bien hasta que no abandonamos el cuarto oscuro del
lugar. No era la primera vez que estaba en un cuarto oscuro pero si la primera
vez en que estaba en un cuarto oscuro de un bar de sadomaso. Temí ser
arrastrado hasta el fondo por algún desaprensivo pero me encontré con Alex, que
vestía un espectacular equipo de cuero negro, cadenas y gorra forrada y que me
ofreció compartir su cerveza. La invitación allí tenía un doble sentido.
Después de la cerveza nos besamos morbosamente y me invitó a acompañarle a su casa “donde estaríamos más cómodos”. Alex
gustaba del sexo en público, doy fe de ello,
pero cuando realmente le gustaba alguien, y creo que ese fue mi caso, lo
llevaba a su apartamento, un coqueto y algo estrecho pisito de soltero en las afueras de la ciudad.
Alex
vivía solo aunque recibía numerosas visitas. Tenía muchos amigos aficionados al
S/M y había sido nombrado una vez "leatherman" del año en una feria
de San Francisco. Ostentaba su título con la misma vanidad con la que algunos
médicos jóvenes exhiben sus diplomas académicos o los cazadores sus
horripilantes trofeos. En el piso de
Alex había todo lo que un hombre leather puede desear. Cadenas, esposas, un
slimg, un”potro de tortura”, un juego de látigos y fustas, varios aparatos para
aplicar y aplicarse descargas eléctricas, velas de todos los tamaños y colores
imaginables y un decorado sadomaso digno de la mejor película porno gótica.
Nuestras noches de amor se prolongaban lo indecible. El tiempo parecía
esfumarse. Unas veces yo jugaba a dominarle y le infringía aquellos castigos
corporales que me pedía y otras veces, las más comunes, era Alex el que armado con un látigo de siete
trallas accedía amablemente a todas mis peticiones.
En el
dormitorio de Alex he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida.
Después de hacer el amor y de dormir plácidamente Alex me despertaba con el desayuno preparado
y lo dejaba en una bandeja sobre la biblioteca. En su biblioteca, aparte de
revistas gays leather y libros sobre piercing y sadomaso, Alex tenía las obras
completas de Jane Austen, lujosamente encuadernadas en rosa pálido. Costaba
imaginarse a ese oso impresionante y erótico que era Alex, rebosante de
músculos, fibra y testosterona,
sufriendo por los avatares amorosos, las familias revueltas y los casorios por amor o por dinero de
aquellas de heroínas decimonónicas, pero
así era. Alex había leído todos y cada uno de los libros de su escritora
favorita y hablaba de las mujeres de Austen como si de sus amigas más íntimas
se tratara A diferencia de la Austen, que escribía a escondidas en el salón de
su casa, Alex si tenía "una
habitación propia y diez mil libras al año" que le proporcionaba su
trabajo de barman y chapero ocasional en la Barcelona nocturna. No tenía
necesidad de esconder sus preferencias sexuales y hacía estupendos viajes al
extranjero. Gracias a él perdí el miedo al lado oscuro de mi sexualidad. Aunque
el tiempo y mis estudios nos fueron distanciando. Orgullo y prejuicio. Sentido y Sensibilidad.
Pero sobre todo Persuasión.
Un día nos encontramos a la salida de la biblioteca
donde yo iba a preparar esas oposiciones que luego no me sirvieron de nada. Nos
acercamos con torpeza. Alex parecía algo inseguro aunque su aspecto imponente
seguía intacto. Esa mezcla de inocencia y primitivismo. Ese querer y no poder
ser fiero. Algunos de aquellos encorsetados estudiantes de derecho agrupados alrededor de
las máquinas de refrescos inspiraban más temor que Alex que de nuevo
resplandecía ante mis ojos. Sin preguntar metió una moneda de café en la máquina.
Mientras la bebida se enfriaba y yo me disponía a decir alguna tontería para
salir del paso Alex habló con dulzura: Han
cerrado dos bares donde curraba y me han
retirado la hipoteca del piso. Esto no puede durar". Le miré extrañado. “Animo, hombre”, fue lo único que se me
ocurrió decirle. “La ciudad se muere pero
yo me voy si hace falta a Marte” sentenció. Por primera vez era el más
pesimista de los dos. Pero de nuevo era el personaje activo de la función.
Dispuesto a huir con el mismo ímpetu con el que yo temía quedarme. Le di un
beso en los labios, como para demostrarle que no me importaban nada aquellos
chicos y chicas murmurantes que nos rodeaban, y me volví al temario. Cuando miré hacia
atrás le vi encestando el vaso de plástico en la papelera como un adolescente travieso.
Se fue a Londres sin despedirse y decidió no volver. Al principio tuvo algún
problema con la poli inglesa (que sigue persiguiendo el sexo en público y el
sexo hard) y estuvo unos días en comisaría, acusado de escándalo público. La
patria de Jane Austen le mostró a Alex su cara más agría. Pero Alex no se
derrumbaba fácilmente. Renacía como una planta trepadora. Más tarde empezó a irle bien, montó un bazar
erótico (La Abadía de North-anger) en el
Soho y encontró un oso grande y peludo del que se enamoró locamente. Juntos
iban a las manifestaciones contra los recortes en Europa, que algún día,
llegarían también a Inglaterra, fuera del euro. Su recuerdo se me iba haciendo borroso, paseando por una ciudad
devastada me acerque una mañana de domingo
a esa zona que solo conocía de noche. Y supe que Alex siempre estaría allí,
detrás de esas verjas cerradas, aquellos locales clausurados, invitándome a compartir su cerveza. Al volver a casa pase por la case Margaret
Tatcher y lloré como no hacía mucho tiempo. Pero no sé si de tristeza o como un
agradable desahogo, a tanto tiempo solo, trenes perdidos y tantos cambios repentinos
. Hace unos meses recibí su última postal, una
misteriosa foto tomada en el British
Museum donde que aparece vestido entero
de negro y abrazado al pálido busto de mármol de la señorita Austen.
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