EN MEMORIA DE ELOY DE LA IGLESIA
Ha muerto Eloy de la Iglesia. Un director que marcó como pocos un momento clave de nuestra historia reciente: la transición democrática y la relativa conquista de libertades que fue suponiendo y que él plasmó precozmente en el cine. Eloy fue un realizador a la vez maldito y extraordinariamente popular. Sus temas eran altamente espinosos pero su accesible narrativa buscaba la complicidad del público. Introdujo por primera vez, a finales de los años setenta, temas entonces tabúes como la delincuencia juvenil, la desestructuración social a través del paro y el consumo de drogas, la homosexualidad (y la homofobia de derechas y de izquierdas), la cuestión del nacionalismo vasco, y todo ello a veces en una misma película. Títulos como “Los placeres ocultos” o “El diputado” fueron sonados escándalos y provocaron encendidos debates por mostrar protagonistas gays, contextos sociales convulsos y atrevidas escenas de sexo cuando el dictador estaba recién muerto y la "Ley de Peligrosidad y Rehabilitación social" todavía vigente. Todo el mundo ha oído hablar de otro éxito-escándalo de su cine “El pico”, convertido en trilogía. Su cine fue acusado de demagógico, panfletario, sensacionalista, morboso y hasta populista. A pesar de ello, recientemente, se han reivindicado algunos aspectos de su obra y algunos de sus mejores títulos han sido revalorizados, muchas veces desde la crítica cinematográfica extranjera. La frescura y el desparpajo de sus imágenes, su cálida mirada sobre los personajes y su radicalidad política- que en sus filmes se fue diluyendo- quedan en la memoria de la valentía creadora de los años setenta y ochenta. Hizo algunas películas de las que se llaman alimenticias (destinadas a un gran éxito comercial), como su adaptación de la obra teatral “La estanquera de Vallecas”, y algunos títulos decididamente minoritarios, como su particular versión de la obra de Henry James “Otra vuelta de tuerca”. Se adelantó a Almodóvar en su forma de retratar sectores, grupos sociales y minorías que habían estado ausentes en el celuloide oficial patrio. Aunque su tono, su estilo y su forma de contar no tengan nada que ver. Su cine fue tachado de efectista, tremendista y voluntariamente “generador de polémicas”, su relativo descuido en la planificación de algunos filmes y su atrevimiento en cuestiones de erotismo filmado fue descalificado bajo la sorprendente etiqueta de “la estética del calzoncillo”. No obstante, hoy día, cuando siguen vatiendo recórds de taquilla las sucesivas entregas de la saga de “Torrente” y su gruesísimo trazo no está de más recordar que al menos el cine de Eloy intentó ser honesto, fiel a sí mismo y su particular visión del mundo. Es probable que algunos de sus títulos no hubieran sido posibles en el variopinto panorama del cine español actual. Y eso ya nos dice algo. Estuvo muchos años ausente de la filmación por diferentes problemas, algunos de ellos de salud, e hizo una breve y sólo mediocre reaparición con su ligera adaptación de “Los novios búlgaros” de Eduardo Mendicutti. Eloy, no obstante, nunca dejó de ser respetado por sus colegas de profesión, bastante menos por la crítica especializada, y fue muy querido por las generaciones de cineastas o guionistas jóvenes que llegaron a, tuvieron la suerte de conocerle. Su desaparición, aunque para algunos fuera ya un dinosaurio del cine español, nos deja otra pregunta incómoda: ¿qué más podría habernos dicho Eloy sobre el momento y el país en que vivimos, sobre el aquí y el ahora? No hay respuestas fáciles. Hasta siempre, inconformista.
Eduardo Nabal
Ha muerto Eloy de la Iglesia. Un director que marcó como pocos un momento clave de nuestra historia reciente: la transición democrática y la relativa conquista de libertades que fue suponiendo y que él plasmó precozmente en el cine. Eloy fue un realizador a la vez maldito y extraordinariamente popular. Sus temas eran altamente espinosos pero su accesible narrativa buscaba la complicidad del público. Introdujo por primera vez, a finales de los años setenta, temas entonces tabúes como la delincuencia juvenil, la desestructuración social a través del paro y el consumo de drogas, la homosexualidad (y la homofobia de derechas y de izquierdas), la cuestión del nacionalismo vasco, y todo ello a veces en una misma película. Títulos como “Los placeres ocultos” o “El diputado” fueron sonados escándalos y provocaron encendidos debates por mostrar protagonistas gays, contextos sociales convulsos y atrevidas escenas de sexo cuando el dictador estaba recién muerto y la "Ley de Peligrosidad y Rehabilitación social" todavía vigente. Todo el mundo ha oído hablar de otro éxito-escándalo de su cine “El pico”, convertido en trilogía. Su cine fue acusado de demagógico, panfletario, sensacionalista, morboso y hasta populista. A pesar de ello, recientemente, se han reivindicado algunos aspectos de su obra y algunos de sus mejores títulos han sido revalorizados, muchas veces desde la crítica cinematográfica extranjera. La frescura y el desparpajo de sus imágenes, su cálida mirada sobre los personajes y su radicalidad política- que en sus filmes se fue diluyendo- quedan en la memoria de la valentía creadora de los años setenta y ochenta. Hizo algunas películas de las que se llaman alimenticias (destinadas a un gran éxito comercial), como su adaptación de la obra teatral “La estanquera de Vallecas”, y algunos títulos decididamente minoritarios, como su particular versión de la obra de Henry James “Otra vuelta de tuerca”. Se adelantó a Almodóvar en su forma de retratar sectores, grupos sociales y minorías que habían estado ausentes en el celuloide oficial patrio. Aunque su tono, su estilo y su forma de contar no tengan nada que ver. Su cine fue tachado de efectista, tremendista y voluntariamente “generador de polémicas”, su relativo descuido en la planificación de algunos filmes y su atrevimiento en cuestiones de erotismo filmado fue descalificado bajo la sorprendente etiqueta de “la estética del calzoncillo”. No obstante, hoy día, cuando siguen vatiendo recórds de taquilla las sucesivas entregas de la saga de “Torrente” y su gruesísimo trazo no está de más recordar que al menos el cine de Eloy intentó ser honesto, fiel a sí mismo y su particular visión del mundo. Es probable que algunos de sus títulos no hubieran sido posibles en el variopinto panorama del cine español actual. Y eso ya nos dice algo. Estuvo muchos años ausente de la filmación por diferentes problemas, algunos de ellos de salud, e hizo una breve y sólo mediocre reaparición con su ligera adaptación de “Los novios búlgaros” de Eduardo Mendicutti. Eloy, no obstante, nunca dejó de ser respetado por sus colegas de profesión, bastante menos por la crítica especializada, y fue muy querido por las generaciones de cineastas o guionistas jóvenes que llegaron a, tuvieron la suerte de conocerle. Su desaparición, aunque para algunos fuera ya un dinosaurio del cine español, nos deja otra pregunta incómoda: ¿qué más podría habernos dicho Eloy sobre el momento y el país en que vivimos, sobre el aquí y el ahora? No hay respuestas fáciles. Hasta siempre, inconformista.
Eduardo Nabal
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