El
actor Andrew Garfield ha declarado que su Spiderman
bien pudiera ser gay o bisexual, los X-Men
celebran pronto la primera boda gay del género y se acaba de estrenar lo último
de Lana Wachowsky, ante un público desconcertado por la apuesta entre kitch y
filosófica de los creadores de “Matrix”, que no obstante bate records de
alquiler en el videoclubs. Aún así, la industria del cine sigue reticente a que
los protagonistas de sus comics-films para todos los públicos puedan ser gays,
lesbianas o transexuales. El amor entre Batman y Robin ya no es ningún secreto,
al igual que la homosexualidad de Sherlock Holmes o que los X-Men de Bryan Singer (autor de la
homoerótica y morbosa Verano de corrupción) van a celebrar la
primera boda homo de la ciencia ficción aprovechando el mandato de Obama. La
salida del armario de los superhéroes es un tema complejo y todavía en el
candelera. A la polémica se ha sumado el joven actor Andrew Garfield al
declarar que el último Spiderman bien podría ser gay, bisexual o estar explorando su sexualidad. Pero a los
productores de la película no les ha hecho ninguna gracia la idea. El hombre
araña no solo es capaz dar grandes saltos sino también de despejar las
telarañas de su armario sociosexual, ante el disgusto de la productora, que
nunca sabe cómo va a reaccionar la taquilla habitual de estos filmes.
Esto nos lleva al mundo de “Hollywoodland”
aquella película policiaca sobre George
Reeves (ídolo de niños y adolescentes)
-el Superman de los años cincuenta-
donde Ben Afleck interpreta a un marido y actor de televisión nada convencional en los tiempos del
macartysmo, cuyo trágico “suicidio” en un universo despiadado sigue siendo un misterio. El mundo del comic
y los superhéroes se revitaliza en esa época en la que el varón estadounidense,
recién vuelto de la Segunda Guerra Mundial, anda algo perdido en una sociedad
hipócrita, en el que las mujeres se han incorporado a la industria de las
armas. Los roles de género/sexo se remueven pero también se refuerzan o se
parodian. Superman, Flash-Gordon, El hombre invisible, esos
dioses y monstruos muchas veces salidas de plumas y pinceles no
heterosexuales. Es curiosa la reacción
de una industria oportunista hasta la médula que rechazó al joven Matt Gommer
para el papel de Superman por ser gay pero se forra a través del personaje de Ian
McKellen en películas como Harry Potter
o en los propios X-men Avatar, reaccionaria y ampulosa, no
evita la estética kitch. Pero las cosas van cambiando y el público LGTBQ
también reclama sus personajes en todos los géneros. No solo en la comedia o el
melodrama. Y es posible que el otrora rechazado Gommer sea el próximo
protagonista de La sombra de Grey.
Hollywood es una industria de la cabeza a los pies. Un ejemplo de ello es la
impoluta masculinidad de los personajes encarnados por Rock Hudson o James
Dean. Que la industria del celuloide como la deportiva (donde pocos jugadores
de futbol se atreven a salir del armario)
ande anclada en códigos decimonónicos o pre-stonewall es otro asunto.
Hoy día las películas del director fuera del armario Bryan Singer o de
“nuestro” sobrevalorado Amenábar son recibidas con los brazos abiertos porque
son un sustancioso reclamo para la taquilla y, especialmente, para la taquilla
adolescente.
La masculinidad no es exclusiva de los heterosexuales ni la
capacidad de rodar películas para adolescentes o de trepar por las paredes. No
debe confundirse el chismorreo con la necesidad de que los modelos culturales
(en este caso de la cultura popular) para adolescentes que pueden ser gays
bisexuales, trans o lesbianas. Si la directora de Matrix han hecho público su cambio de sexo en un osado discurso
¿Por qué no puede un superhéroe ser gay y valiente? Porque la sociedad
estadounidense sigue siendo profundamente
cobarde. Y necesita héroes o villanos de una pieza. A los que teme,
idolatra o envidia en secreto. Precisamente los superhéroes son casi siempre
“gente en el armario” dispuesta a llevar una doble vida, en la que combinan el
romance heterosexual (al menos hasta hace poco) con una rivalidad llena de
homoerotismo hacia su oponente (el malo). El disfraz de colores ya lo acerca a
un personaje harto de una rutina gris y oficinesca abriéndose a nuevas
posibilidades en la libertad de la noche, la gran urbe o el anonimato. Como el
aspecto de Marylin Manson del malogrado Brandon Lee en El cuervo. Por no hablar de nuestro Barón Asler de Mazinger-Z, de Epi y Blas o de “el estudiante” secretamente enamorado de Curro Jiménez. Ya
cansa tanto fariseísmo, tanto aguantar que las lesbianas solo puedan ser
vampiras o profesoras o los gays
diseñadores o, como mucho, vaqueros crepusculares. Si los y las adolescentes no
tienen modelos, cuando son los más necesitados de ellos, es que hay una rutina
perversa en el mundo del espectáculo. La carrera del modelo James Franco o la
valentía de Anne Heche, Jodie Foster o
Elena Anaya (como las heroínas de Mujer
contra mujer, El silencio de los
corderos o La piel que habito, respectivamente) vienen a echar por tierra
que los actores y actrices tienen que cumplir con patrones de una
heterosexualidad compulsiva y adormecedora. No lo digas, no preguntes.
Películas como Gattaca pusieron ya en primer término las complejas relaciones
entre la ciencia ficción y la diversidad sexual. Igual que las novelas de
Úrsula K. Leguin o Samuel R. Delaney. La relación entre Ethan Hawke y Jude Law
iba más allá de la simple amistad igual que los personajes encarnados por
Sigourney Weaver, Angelina Jolie o Nathalie Portman (V de vendetta) en el terreno de lo fantástico se llenan de una
masculinidad osada y nada convencional. Su aspecto dista de ser el atribuido a
la heroína hollywoodiense y su profesionalidad o su rebeldía están llenas de
aplomo. Sus interpretaciones pueden ser subversivas (como en el caso de Weaver
en Alien o Portman en V de Vendetta) o meras copias de los
superhéroes masculinos (como la imposible Lara
Croft que encarna con histrionismo Angelina Jolie)
Los superhéroes parecen hechos para el público
infantil o, especialmente, adolescente, y eso nos lleva al terreno y el periodo
vital en que los roles sexuales son
asignados o reafirmados. De esto saben muchos los niños con pluma acosados en
los colegios. Por eso Marvel o la
productora de turno se anda con precaución en un mundo donde la Iglesia, las
sectas, la escuela privada, los recortes ideológicos y la familia tradicional siguen haciendo de
las suyas. Basta con citar a la escritora Alice Walker cuando afirmó que la
única razón por la que accedió a ceder los derechos de El color púrpura al todopoderoso y blandengue Spielberg era porque lo más parecido que
había visto a una joven lesbiana negra
en el cine de masas era E.T. el extraterrestre.