Animals,
el debut en el largo de Marçal Forest, es
una película extraña y sobre la que es difícil escribir. Un cuento algo
“surreal” acerca de la transición a la
madurez que es también es una fábula
incómoda sobre la frontera entre la individualidad y la comunidad (representada
aquí por un mortecino colegio inglés) y
sobre la identidad sexual de un adolescente, cuya única compañía verdadera es
un “osito de peluche” parlante. Sobra un poco la desdibujada amiga del
protagonista que se limita a observar, con mezcla de fidelidad y extrañeza, cómo éste se distancia de su hermano mayor convertido
en mosso d´esquadra y se enamora de un nuevo y misterioso compañero de instituto.
Animals
está narrada con mucha delicadeza, aunque también con muchas licencias poéticas
que hacen que el público crea estar asistiendo a algo demasiado pretencioso y
sin mucho fundamento. No obstante, hay en la mirada lánguida de su protagonista
masculino una extraña belleza prolongada por la extraordinaria fotografía de
Eduard Grau, algo que la acerca más al universo irreal de Eva
de Kike Maillo o al cine de Villaronga que a una versión “gay” de el Donnie
Darko de Richard Kelly, como han
sugerido algunos. Los diálogos son inteligentes y las imágenes cuidadas , pero
el filme se dispersa un poco en sus motivos temáticos y visuales como si quisiera llegar más lejos y, al igual
que su espigado protagonista, no supiera bien como salir de su depresivo,
lánguido y algo plúmbeo ensimismamiento.
Si
el protagonista de Animals tiene o no
realmente “un amigo imaginario” (nada menos que un osito
de peluche respondón) acaba siendo lo de
menos ya que se nos está relatando algo más inquietante: las heridas de la
adolescencia que duran toda la vida, el renacer y la muerte del amor fraternal
y el descubrimiento de que el medio en el que uno vive no es ni tan hostil ni
tan prometedor como podría ser.
Hay
muchos temas en el tintero, muchas subtramas algo traídas por los pelos, pero lo verdaderamente cautivador de Animals es su falta de complejos para
hacer a sus personajes patéticos sin reírse de ellos y para observar con
distancia casi cruel la vida escolar “de élite” con sus largos pasillos, la
fiereza de los roles asignados y sus
pequeñas o grandes rencillas entre amigos, amigas y compañeros. Espléndidos los
dos breves encuentros amorosos entre ambos jóvenes y la personalidad de un
osito que ya se ha hecho un hueco en la extraña historia del cine español
rodado en catalán e inglés.
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