Cuando
vi por primera vez "American Pyscho", adaptación del best-seller
homónimo de Breat Easton Ellis, no me
gustó demasiado. Mis sospechas acerca un
libro sensacionalista que no había leído
parecían confirmarse. Ciertamente uno
esperaba otra cosa de la directora Mary Harron ("Yo disparé sobre Andy
Warhol"), de la productora Christine Vachon ("Boys don't cry") y
la guionista Genevieve Turner ("Go Fish"). Parece como si
"Killer films" se hubiera apuntado a los "serial killers"
con oportunismo, saña y humor negro. Cloe Sevigny (adorable musa del cine
indie) y Christian Bale ("Velvet Goldmine") no eran suficientes. Sexo
oral y morbo gratuito. Pero hay secuencias en la película que todavía me
obsesionan y cautivan. El filme no solo contiene algunos puyazos a los yuppies
descerebrados de Wall Street, a la era Reagan-Tatcher o el post-capitalismo
tardío y más salvaje sino también una
performance de Bale como Patrick, un hombre fálico pero coqueto y
desequilibrado hasta el narcisismo homicida. Capaz de dar una paliza a un
mendigo en un callejón y después disertar como un sacerdote sobre el alcance
social y humano de las canciones de Whitney Houston ante dos prostitutas
anónimas y atónitas que quiere "convertir en lesbianas" para la
ocasión antes de asesinarlas con chubasquero. Dos secuencias que contrastan
brutalmente. Como contrastan brutalmente lo que los personajes hacen, dicen y
callan. El propio Patrick pontifica como un pastor protestante sobre la pérdida de “Los valores morales tradicionales” mientras liga en un café con
dos jóvenes punkis a las que pretende descuartizar después de acostarse con
ellas. Algo muy negro, cruel y perverso pero también con altas dosis de ironía,
mala leche y autoparodia. Como el personaje se autoparodia con geles, cortaúñas,
cremas depilatorias, mascarillas, asteroides, espejos, jacuzzis, objetos punzantes, gimnasios y abdominales
mientras adora la música culta, la ropa de diseño y la cultura pop con
maniática religiosidad. Clasista y racista se pone histérico cuando acude a una
lavandería regentada por dos ancianos inmigrantes asiáticos y su ropa no ha quedado a la perfección, esa
perfección con la que esconde los cadáveres de sus víctimas a las que ha
descuartizado con su sierra mecánica. Patrick es sofisticado, frívolo y
detestable, pero idolatrado en sus círculos de amistades y trabajo. Algo así como la imagen que, sin ningún tipo
de éxito, han querido vender derechas varias (e incluso "personajes"
de la izquierda tradicional) de la "comunidad gay" emergente. Gente
frívola, hedonista y con dinero. Eso
nadie se lo cree ya. Y aquí y ahora aún menos. El filme de Harron nos muestra el
heterosexismo y el homoerotismo sublimado en las altas esferas de la economía y
las finanzas. Quienes manejan a nuestros políticos cada vez más tristes e
impresentables. Como impresentable es el feminismo tradicional e institucional con
campañas del tipo “Si pegas a una mujer no
eres un hombre” secundadas por filas de “heteros antipatriarcales” con
complejo de culpa. Masculinidades de luto pero con corbata, pisos de lujo y
ropa para salir de fiesta. Masculino plural cuando los ejecutivos sin cerebro
sacan sus nuevas tarjetas de visita en la oficina y las comparan con envidia como un grupo de adolescentes compite por el
tamaño de sus penes o se hacen bromas gruesas en el vestuario de caballeros.
Nada equiparable con la estupenda "Shame" de Steve McQueen y su
amargura pero muy útil como herramienta para reírse del "homo urbano"
por excelencia. La obsesión en el mundo laboral (sea cual sea el nivel
económico), por las apariencias, las mujeres como objetos sexuales y la
homosexualidad o el VIH como amenazas latentes está presente de principio a fin
en la película, como sigue todavía aún vigente hoy día en muchos lugares de trabajo,
ocio o estudio . El filme de Harron va
más lejos que la idolatrada y machista "Fight Club" al hablar sobre
masculinidades y mercado, consumismo y alienación y sobre todo su mensaje es más
ácido, inteligente y ambiguo. Todo ambivalente como esas gotas de crema de
frambuesa que podemos tomar por sangre o esas gotas de sangre derramadas que podemos tomar por crema de frambuesa- en
los títulos crédito- cayendo sobre la superficie de un pastel de nata. Una
pista misteriosa sobre la historia un hombre que puede comprarlo todo con su
nueva tarjeta de crédito. Un hombre que no teme que le roben el banco porque es
suyo y sabe cómo hacerlo. Patrick lo tiene todo para ser un “hombre de verdad”.
Todo menos su cordura y esa masculinidad excesiva, histriónica, desequilibrada y de diseño que debe demostrar continuamente a
sí mismo y a su entorno social. Un
entorno social que convive al lado y de
espaldas a los que- cada vez más- ya
pueden decir y hasta cantar “Y have nothing”.
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2 comments:
Muchas gracias por este post.. Me ha encantado
A ti.
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