Saturday, August 05, 2006

C.R.A.Z.Y (LOCA)




C.R.A.Z.Y (LOCA)


“Porque sueño yo no lo estoy” decía el niño protagonista de “Leolo” la hermosa, dura y aplaudida película del canadiense Jean-Claude Lauzon. “Porque rezo y sueño yo no lo soy” (gay) podría ser la frase que resumiera la igualmente atormentada personalidad del joven protagonista de “C.R.A.Z.Y.”, la agradable sorpresa de otro director de Canadá, Jean- Marc Vallé. Basada libremente en la infancia y adolescencia de François Boulay, coguionista del filme, se trata de una obra familiar, de sabor casero pero que a la vez plantea conflictos universales: la dificultad de aceptarse diferente, las relaciones entre hermanos y padres e hijos, la homofobia del entorno, la estrecha unión con su madre (Danielle Proulx) y la tensa relación con su ególatra padre, la huida a través de la ensoñación , el peso de una educación y entorno católicos, la autodestrucción y la autoredención… El original -en algunos momentos, los peores y más retóricos, cercano al videoclip musical- tratamiento visual y la insólita mezcla de comedia y melodrama logran ponerlo por encima de otras historias bastante similares sobre el “coming out” o salida del armario adolescente que nos ha ofrecido el cine reciente (“Fucking Amal”, “Get Real”…). La intensidad, la atención a los gestos cotidianos o a las salidas de tono y sus repercusiones en la psicología de los personajes están mucho más estudiadas y adquieren una mayor entidad fílmica en el original trabajo de Vallée. El filme, en algunos momentos está cerca de otra “rara avis” del cine canadiense “El jardín colgante” de Tom Fitzgerald, por su inventiva visual, sus toques surrealistas -que no temen el ridículo y lo evitan la mayor parte del tiempo- y la obsesión religiosa (católica) que caracteriza, sobre todo, a los personajes de las mujeres mayores, más abiertas y tolerantes hacia las conductas humanas, pero aferradas a creencias y cultos que rozan la superstición. El filme no puede clasificarse como cine gay al uso pues carece de secuencias de sexo explícito entre varones aunque el homoerotismo está presente en todo el filme, desde las obsesiones íntimas de Zach (Alex Gravel), el joven, contradictorio y hermoso protagonista de la cinta hasta sus fornidos hermanos, los sexys novios de su prima y sin olvidar el culto a Jesucristo en la cruz y a los cantantes de rock de aspecto andrógino de los setenta, como ese David Bowie adorado e imitado por nuestro antihéroe en la soledad de ese cuarto que debe compartir con alguno de sus peculiares hermanos. A parte de los padres de Zach cobra relevancia el personaje de su agresivo hermano mayor Raymond (Jean-Luc Brillant), destruido por la adicción a las drogas. Él y Zach se convierten en los temas tabúes de un entorno familiar, que a pesar de la crítica, es casi siempre retratado con cariño y sensibilidad. El filme desconcierta porque en algunos momentos parece un filme religioso, hasta católico, o cuando menos moralizante, a pesar de la paródica y mordaz visión de la práctica de la religión- que cristaliza en algunas delirantes secuencias durante la misa del gallo- que aparece en todo el filme. La ordalía personal de Zach, su empeño por ser heterosexual, es una especie de “vía crucis” en un entorno que no lo acepta y al que él en ocasiones abraza y en otras rechaza o trata de enfrentar, con catastróficos resultados. Esto incluye, como todavía sigue siendo habitual en algunos casos, las insoslayables visitas al cura y al psiquiatra y una sorprendente liberación personal en un onírico viaje a Jerusalén. El filme transcurre entre la década de los sesenta a los ochenta, bellamente retratadas y salpicadas con música de Pink Floyd, Rolling Stone, David Bowie y Charles Aznavour; este último cantado en todas las fiestas navideñas o conyugales por Gervais Beaulieu -una extraordinaria caracterización de Michel Côte, protagonista de otros trabajos de Vallée-, el, para mí, cargante padre de la numerosa familia, cuyo incombustible machismo amarga la juventud del protagonista. El filme se resuelve con un tibio y conciliador optimismo, no del todo creíble, y aunque nos hace reír también nos estremece por la honda dimensión psicológica con la que logra dotar a los personajes, extraordinariamente creíbles.
El don de Zach, su rareza, se convierte en su cilicio (como diría Capote) y el filme articula los momentos cómicos y trágicos con extraordinaria soltura, pasando de la amargura al optimismo en el interior de una misma secuencia.
Sin duda hoy “C.R.A.Z.Y” es, además de un filme necesario, una imperfecta pero hermosa película que viene de una cinematografía, la canadiense, que no suele aparecer demasiado en las carteleras del cine comercial.