Sunday, March 24, 2013

¿QUÉ VES CUANDO CIERRAS LOS OJOS?


 

 

“Eva”, de Kike Maillo, es una película de ciencia-ficción, humanos y robots que sorprendió por su sensibilidad, pero que sigue siendo un misterio. No es ningún misterio que muchos realizadores españoles (Bayona, Amenábar, Fresnadillo, Coixet, Torregrosa y, tal vez, el propio Maillo) tienen comprado ya el billete a Hollywood y, viendo el panorama del cine español actual (sacudido por los salvajes  recortes y la ignorancia de los que lo financian), quizá deberían también  ir haciendo  las maletas. No quiero hablar aquí de esta cuestión, que me revuelve las tripas,  ni de cómo  los políticos  achacan a las descargas en Internet y a la pereza del público -y no a la insuficiencia de recursos para terminar una película o a la subida inesperada del IVA- el descenso de la calidad en busca del rendimiento  o el  aumento  del precio de las entradas.

Quiero hablar, o intentaré hacerlo, del misterio de “Eva”, una película que me ha parecido, además de poética y evocadora, tan sugerente como finalmente  frustrante. Me explico: un trabajo digno, bien interpretado (con el siempre intenso Daniel Brüll a la cabeza), pero que se pliega finalmente a las concesiones más banales  del género para conquistar al gran público, en detrimento de los aspectos más espinosos de la trama, como las extrañas y complejas relaciones entre los protagonistas. “Eva” nos habla de algo que por lo visto está reservado a curas y jueces como es el amor intergeneracional; de nuestra naturaleza cyborg en una sociedad que vive entre la miseria y la dictadura del whasapp y los profetas de la ciencia y la medicina; de la deshumanización del mundo académico y también del “armario”. ¿Es “Eva” (Claudia Vega)  una niña bollo? ¿Consiste su maldad en su negativa feroz  a ser “domesticada”? ¿Por qué el personaje del mayordomo que encarna  Lluís Homar es tan asexuado? ¿Por qué el asesinato de la “niña mecánica” a manos de Alex (Brüll) está rodado como una tensa escena de amor? ¿Por qué todos los personajes esconden secretos? ¿Por qué el tema del “exilio” esta tan presente en la historia? ¿Por qué suena David Bowie en una secuencia crucial del filme? ¿Por qué la estética es tan kitch y el ambiente tan enrarecido? ¿Por qué el filme trata de alguien que vuelve a un sitio horrible y provinciano  a buscar un pasado hiriente e injurioso   que ya “no existe”? ¿Por qué esos dos hermanos son tan distintos y su rivalidad tan particular? ¿Por qué los lazos familiares son tan frustrantes? ¿Nos habla el filme de la “supervivencia de la especie”? “Eva” es un “no lugar”, un momento raro en la historia de un cine que se tambalea y  emigra y un filme sobre cómo nos programan para amar, sentir, desear, ser masculinos o femeninos, activas o pasivos, fuertes o débiles, buenos y malos.  En ese sentido, y sin hacer gala de ningún bagaje teórico, podemos ver en “Eva” un filme más perverso de lo que parece. Y no porque  yo quiera hacer una lectura “gratuitamente queer” de una película de ciencia-ficción medianamente inteligente, modesta  y visualmente cautivadora sino porque encuentro en ella demasiadas preguntas sin contestar. No viene al caso el cotilleo -me dan igual las preferencias sexuales de Brüll, Maillo, Belbel, Amman o Etura- lo que trato de explicar es por qué una película como ésta puede ser leída de muchas formas. Indiscutiblemente no hay final subversivo y la “niña rarita” es finalmente  desactivada,  se nos obsequia con un final cursilito (que parece tomado de lo peor de Coixet) y cada personaje queda en su lugar. Pero la película continúa en mi retina como un océano ¿helado? de interrogantes. “Eva” fue  retirada en el último momento  del Festival Gay y Lésbico de Barcelona ¿por qué? Aburrido (¿tal vez?) de ver cine gay “comme il faut” he sido capaz de disfrutar con las ambigüedades sexuales, parentales  y sociales de “Eva” y lo que la envuelve, aprisiona, idealiza, niega. El cine español puede ser bueno y sorprendente, pero cada vez va a ser más difícil que veamos películas como “Eva”, “Pan negro”, “La buena nueva”, “20 centímetros”,  “Sevigné” o “Animals” (también producida por Escándalo films) , en unos casos porque los autores han tirado la toalla  y en otros porque la Academia con mayúsculas  (que tal mal parada queda en el filme de Maillo) parecía ser un refugio y también un lugar de  sutil adoctrinamiento  que ahora se ve  a su vez amenazado por quienes como el señor Wert ven un lujazo en la “fuga de cerebros” o en  las “mentiras y gordas”. No nos engañemos hay poco cine gay y lésbico de calidad en España, al menos visionable y menos comercial. Tenemos a Almodóvar soezmente insultado en la prensa  o ciegamente adorado por sus seguidores , directores como Jesús Garay, Ventura Pons,  Antonio Hens, Miguel Albadalejo, Balletbó-Coll,  debutantes prometedores pero  con pocas expectativas de futuro, cuyos trabajos todavía son tergiversados por los críticos,  y  las mujeres “fuera del armario del celuloide” son pocas o poco  conocidas  y   siguen siendo una “gran minoría”. También da la sensación de que solo a los catalanes les queda dinero para producir películas o que sus voces son, en ocasiones, más europeas.

 “Eva” nos invita a reflexionar sobre el cuerpo, las sensaciones, las mentiras, los silencios   y las emociones, sobre la falsa infancia y sobre la falsa madurez, sobre la incomunicación y el secretismo  en una sociedad saturada de plataformas de comunicación. Pero “Eva”, como el niño de “Pan negro” (internado  en un ominoso  colegio de curas), ha sido expulsada del “paraíso” y convertida en un robot más, un caso “sin arreglo”, un “pequeño monstruo”. El público pide tsunamis a lo Hollywood  o tal vez tengamos que esperar a que pase el tsunami para que el buen cine vuelva a llenar las salas, y los espectadores puedan volver a sentarse en una butaca ante una ópera prima tan cautivadora como alarmante. Porque “Eva” parece presagiar la España de hoy: helada, dirigida por burócratas sin escrúpulos, mediocres con poder, políticos corruptos y mas-media voceros  y donde los sentimientos y las inquietudes  valen cada vez menos.
 
 

Sunday, March 10, 2013

ANIMALS


 

Animals, el debut en el largo de Marçal Forest,  es una película extraña y sobre   la que es difícil escribir. Un cuento algo “surreal” acerca de  la transición a la madurez  que es también es una fábula incómoda sobre la frontera entre la individualidad y la comunidad (representada  aquí por un mortecino colegio inglés) y sobre la identidad sexual de un adolescente, cuya única compañía verdadera es un “osito de peluche” parlante. Sobra un poco la desdibujada amiga del protagonista que se limita a observar, con mezcla de fidelidad y extrañeza,  cómo éste se distancia de su hermano mayor convertido en mosso d´esquadra y se enamora de un nuevo y misterioso  compañero de instituto.

Animals está narrada con mucha delicadeza, aunque también con muchas licencias poéticas que hacen que el público crea estar asistiendo a algo demasiado pretencioso y sin mucho fundamento. No obstante, hay en la mirada lánguida de su protagonista masculino una extraña belleza prolongada por la extraordinaria fotografía de Eduard Grau, algo que la acerca más al universo irreal  de Eva de Kike Maillo o al cine de Villaronga que a una versión “gay” de  el Donnie Darko de Richard Kelly,  como han sugerido algunos. Los diálogos son inteligentes y las imágenes cuidadas , pero el filme se dispersa un poco en sus motivos temáticos y visuales  como si quisiera llegar más lejos y, al igual que su espigado protagonista, no supiera bien como salir de su depresivo, lánguido  y algo plúmbeo ensimismamiento.

 

Si el protagonista de Animals tiene o no  realmente  “un amigo imaginario” (nada menos que un osito de peluche respondón)  acaba siendo lo de menos ya que se nos está relatando algo más inquietante: las heridas de la adolescencia que duran toda la vida, el renacer y la muerte del amor fraternal y el descubrimiento de que el medio en el que uno vive no es ni tan hostil ni tan prometedor como podría ser.

Hay muchos temas en el tintero, muchas subtramas algo traídas por los pelos,  pero lo verdaderamente cautivador de Animals es su falta de complejos para hacer a sus personajes patéticos sin reírse de ellos y para observar con distancia casi cruel la vida escolar “de élite” con sus largos pasillos, la fiereza de los roles asignados  y sus pequeñas o grandes rencillas entre amigos, amigas y compañeros. Espléndidos los dos breves encuentros amorosos entre ambos jóvenes y la personalidad de un osito que ya se ha hecho un hueco en la extraña historia del cine español rodado en catalán e inglés.