Monday, July 14, 2008

UNA CASA EN EL FIN DEL MUNDO





La familia de Bobby:

A estas alturas no es ningún descubrimiento que Michael Cunningham, autor de “Las horas”, es un novelista solvente y en ocasiones conmovedor. Ya en su primera novela “Una casa en el fin del mundo” -que ahora ha sido objeto de una meramente correcta adaptación cinematográfica por parte del debutante Michael Mayer- veíamos a un escritor profundamente estadounidense pero imbuido de una gran sensibilidad literaria que también remitía a la novela europea (no en vano Virginia Woolf se erige la musa de “The hours”, su libro más popular y fundamento de un importante filme dirigido por Sthepen Daldry).




Cunningham es, sobre todo, un hábil constructor de personajes a los que arrastra por tramas bien construidas pero algo alambicadas y no siempre verosímiles (como ocurre en su último libro, el para mi interesante pero a la vez ambicioso y fallido “Días memorables” donde sustituye a Woolf por Walt Whitman como referente cultural y motor de la trama).







“Una casa en el fin del mundo” es una historia estadounidense hasta la médula aunque desafía, eso sí, tímidamente, algunos de sus valores más sagrados: como son la familia nuclear, patriarcal y tradicional heterosexual, a la que propone un modelo alternativo, y echa un vistazo a la era hippie, sus ilusiones de cambio, sus promesas incumplidas y sus fracasos individuales.


Tanto el libro como el filme, como casi todo el universo creado por Cunningham, son melodramas en toda regla, aunque no faltan las situaciones de humor, comedia y una elegante ironía que le sirve para enfrentar a sus personajes- siempre tratados con humanidad- con aquellas situaciones de las que precisamente huyen.



Hay algo en el filme no obstante que defrauda a los admiradores del libro y a los admiradores de los aspectos más transgresores de su prosa que tan acertadamente supo poner imágenes Daldry en “Las horas”, una intensa y original transposición de un libro muy difícil de adaptar, en el que el lesbianismo reprimido salta a primer término en los momentos más perturbadores del relato).



Con situaciones y personajes más cinematográficos Meyer en cambio fracasa en su cuestionamiento de los valores tradicionales y, no sabemos si por culpa de la esforzada pero excesivamente acaramelada composición de Colin Farrell como el angelical Bobby, el filme se me antoja un drama de corte muy clásico, formalmente conservador, con varios momentos de gran belleza pero que, a pesar de los fantásticos trabajos actorales de Naomi Watts y Sissy Spaseck , resulta simplón en el retrato de un cuarteto protagonista que no logra traspasar la cualidad de amables estereotipos: Bobby, el chico diferente que se ha hecho-a sí mismo y que en su temprana orfandad es acogido por la familia de Jonathan; el propio Jonathan tipificado como gay eternamente enamorado de Bobby-amor de adolescencia- y después con una vida promiscua y despreocupada que se identifica como anterior a la era del SIDA que lo acaba atrapando- vaya por Dios-, y la propia Claire que, a pesar del esfuerzo de Watts por trabajar todos y cada uno de los matices del personaje y sus relaciones con los dos chicos , no deja de ser un reflejo de un personaje femenino arquetípico, la buena amiga del homosexual del que está enamorada. Una chica a la vez tradicional y rompedora, o desevuelta en sus formas y conservadora en su corazón. Como interesante y original es la historia “Una casa en el fin del mundo” pero formalmente previsible y acomodaticia es la adaptación de Meyer, no obstante entretenida, cuidadosamente fotografiada y visualmente impecable.





Hay otro excelente libro de Cunningham “De carne y hueso”, otra novela-río familiar, de argumento y personajes fascinantes, si cabe más complejos y atrevidos que el del resto de sus libros. Esperemos que si pasa a la gran pantalla lo haga con las mismas buenas intenciones pero con algo más de garra y audacia fílmicas.