Wednesday, April 11, 2007

UNA NUEVA APORTACIÓN DE JAVIER SAEZ

ARMARIO BROS

La compañía japonesa de videoconsola(dore)s NIeNTIENDO ha sacado al mercado su ultima joya en educación infantil contra la homofobia: SUPER ARMARIO BROS. En esta nueva edición el conocido fontanero marica regordete y bigotudo tendrá que superar diferentes etapas en el camino a su salida del armario.

Etapa 1. La familia
ARMARIO BROS nace en el seno de una familia española. Tendrá que sobrevivir en un entorno hostil, donde el padre declara que “lo peor que me podría pasar es tener un hijo maricón” y la madre “qué bien que haya venido el sida y se mueran todos esos pervertidos”. ¿Cómo se las apañará ARMARIO BROS con semejantes padres?

Etapa 2. La escuela
ARMARIO BROS entra a estudiar en una escuela pública. Los otros niños enseguida detectan su pluma y se dedican a golpearle e insultarle desde primero de EGB hasta el final de la ESO. ARMARIO BROS sabrá lo que es el bullying al niño mariquita, y contará con varias opciones: ¿Suicidio? ¿Contra ataque? ¿Denuncia a la policía? ¿Quemar el colegio?

Etapa 3. La parroquia
ARMARIO BROS es enviado por sus padres a la catequesis. Allí deberá combatir contra la homofobia de los curas, que no dejan de repetirle que ser marica es pecado, una perversión y un horror. ¿Sobrevivirá ARMARIO BROS a los acosos sexuales de los curas en el confesionario?

Etapa 4. El partido
ARMARIO BROS se afilia al partido comunista esperando que la militancia le salve de la homofobia. Pero no, en cuanto sale del armario sus camaradas le harán la vida imposible. Su solidaridad con los gays presos en Cuba hará que le expulsen del partido.

Etapa 5. La policía
ARMARIO BROS se lanza a una vida de sexo y placer ligando en váteres y parques. En uno de ellos unos neonazis le atacan, y deberá pelear contra ellos. ARMARIO BROS lo denuncia a la policía en comisaría, pero allí es detenido por ligar en lugares públicos. ¿Cómo saldrá de chirona?

Etapa 6: El trabajo
ARMARIO BROS busca trabajo pero debido a su pluma irredenta no le contratan en ninguna parte. Finalmente encuentra curro en un bar poniendo copas, allí deberá repeler los ataques de los compañeros de trabajo y de los clientes.

Etapa 7. El Comando
SUPER ARMARIO BROS se harta de tanto acoso homófobo y monta un comando guerrillero con sus amigas bolleras. No te desvelamos las andanzas del Comando Maribomba, ¡descúbrelas tú misma llegando a esta etapa con tu videoconsolador!

Tuesday, April 10, 2007

DEL ATAVISMO AL LESBIANISMO










DEL ATAVISMO AL LESBIANISMO: SUBTEXTOS DE LA DIFERENCIA FEMENINA EN “LA MUJER PANTERA” de Jacques Tourneur.


“La mujer pantera” de Jacques Tourneur ha sido un texto privilegiado en la relectura camp de los clásicos del cine de Hollywood. Homenajeada en el libro de Manuel Puig “El beso de la mujer araña” y objeto de apropiación tanto por críticas feministas como por estudiosos de la iconografía gay, lesbiana y campy del cine clásico es una de esas películas como “Marruecos” de Joseph Von Stenberg “Rebeca” de Hitchcock, “Laura” de Otto Preminger, “Gilda” de Charles Vidor o “La extraña pasajera” de Irving Rapper o "Eva al desnudo" que forman parte del background cinéfilo de los gays/lesbianos al rescate de películas “curiosas”, clásicos bizarre y títulos de cuto. Sin embargo uno de los subtextos que recorre más poderosamente el filme y que menos atención ha merecido ha sido el que hace referencia a una monstruosidad / alteridad femenina conectada con el lesbianismo y la sexualidad fuera de la norma.
No son pocos los ejemplos en la historia del cine y la literatura en que el lesbianismo es presentado como un rasgo animalizante, pre-humano, que vincula la sexualidad femenina con un instinto depredador y unos rasgos cercanos a los de la fiera. No me refiero solo a las vampiras lesbianas de tantas películas de terror de serie B (como las “Vampire Lovers” de Terence Fischer) sino también a como en melodramas y comedias la lesbiana es asociada a algún tipo de animal o forma pre o posthumano , generalmente de carácter fiero o cuando menos salvaje. La película de Chabrol “Las ciervas” sería un caso extremo de esta asociación entre la bestialidad y el amor sáfico, un amor presentado bajo rasgos de dominación, depredación y malsana dependencia afectiva. Algo similar ocurre en “La gata negra” de Edward Dymitrick donde una felina Bárbara Stanwyck vampiriza a una joven femme encarnada por la sofisticada Capucine, con catastróficos resultados . Incluso en un filme de mayor talla fílmica e intelectual como “Lilith” de Robert Rossen la aproximación lésbica se compara con la voracidad de los insectos y la fugaz repulsión del joven psicólogo ante lo que esta viendo- una imagen fugaz de sexo entre dos mujeres en un establo- no tiene un sentido coherente en el desarrollo del filme. En “El asesinato de la hermana George” de Robert Aldrich se compara el comportamiento butch de la protagonista con la masculinidad bestial de los toros. Esta abundancia de estereotipos degradantes no es ajena a la construcción que durante décadas el modelo médico hizo de la lesbiana como una mujer cuya sexualidad permanece en un estadio primitivo, aferrada a una corporalidad monstruosa, pre-edípica y una libido voraz, centrada en el orgasmo clitoridiano y envidiosa del pene y otros “privilegios masculinos”
“La mujer pantera” es la primera película del tandem Lewton-Tourneur (productor y director). Con esta película y la siguiente “Yo anduve con un zombie”, el director y el productor produjeron una pequeña revolución en el cine fantástico de bajo presupuesto, sustituyendo la herencia de monstruos hipermaquillados de los treinta por una elegante y refinada forma de provocar miedo mediante la elipsis, la ambigüedad y la insinuación. Películas pequeñas, de limitado presupuesto, que no obstante han trascendido como verdaderos clásicos por su imaginativa forma de crear atmósferas, personajes sugerentes y momentos de suspense valiéndose de medios exclusivamente cinematográficos. Lewton sería también el productor de otros títulos del genero, realizados también a principios de los cuarenta por directores como Robert Wise (La venganza de la mujer pantera, El ladrón de cadáveres) o Mark Robson (La séptima víctima, Bedlam). Todas estas películas tienen en común una poderosa atmósfera visual, una maravillosa fotografía (con operadores de lujo como Nicholas Musuraca, Lucien Ballard o J. Roy Hunt) y una espléndida dirección artística. Sin embargo, y aunque sería necesario revisar la totalidad de estos títulos, la pionera y seguramente la mejor de la serie sería “La mujer pantera” cuya concisión, precisión y encanto la han llevado a convertirse en un inolvidable título de culto.
La lectura lésbica de “La mujer pantera”, por otra parte nada ajena al filme, plantea algunas dificultades como, por otro lado, cualquier otra lectura coherente en un filme de género fantástico que se resiste a ser interpretado en clave racional. Y no es la racionalidad un punto de apoyo adecuado para la lectura del filme, a pesar de que ya en él encontramos algunos rasgos del cine psicoanalítico tan de moda en el Hollywood de los cuarenta con sus teorías populares sobre la sexualidad, los sueños, la pulsión de muerte, el retorno de lo reprimido y el inconsciente, la mujer-no toda y la mujer en exceso.
El filme busca un equilibrio entre la explicación psicologista de lo que sucede en el filme y en el interior de su protagonista y el coqueteo con lo fantástico, lo legendario, lo irreal, lo que no puede ser explicado según parámetros lógicos o científicos sino solo a través de la luz de las narraciones inmemoriales y lo irracional. Así, a pesar de los momentos finales que inclinan la balanza a favor de lo siniestro y lo fantástico, nunca estaremos seguros de si Irena es una pantera, una mujer neurótica y desequilibrada, una descendiente de una raza maldita o, añadiría yo, “una lesbiana” en un mundo aparentemente racional en el que las lesbianas han quedado como una especie desconocida o una presencia amenazadora, invisible.


A lo largo de todo el filme el misterio de Irena, su relación con un origen animal o diabólico, su carácter bestial y atávico aparece relacionado con la incapacidad para llevar una vida matrimonial “normalizada”. Desde el principio hay algo que separa a Irena y a Oliver, algo que se hará mas hondo cuando ella se niegue a tener relaciones sexuales con él después de casados. La atracción de Irena por la pantera, su adscripción a la estirpe de las mujeres gatos determina, pues, una negativa a formar parte de un orden sociosexual al uso y cumplir las expectativas que la institución matrimonial y la economía familiar deposita en ella como esposa y amante. Este aspecto del carácter y la sexualidad de Irena ha llamado poderosamente la atención de algunos comentaristas de la película. Por ejemplo, Pilar Pedraza, comenta “La mujer pantera ha llamado la atención de la crítica feminista por razones obvias. En primer lugar, porque en su época los monstruos de las películas fantásticas y de terror solían ser masculinos y fálicos...”. Pedraza se aproxima a una lectura de género al hacer hincapié en la valentía de “Cat people” al exponer la sexualidad de Irena y al subrayar, en 1941, su negativa a tener relaciones sexuales con su marido. También apunta al carácter de “matriarcado maldito” de la estirpe de mujeres panteras enfrentadas al poder patriarcal del serbio “Rey Juan”, cuyas descendientes “reclaman” a Irena como “una de las suyas”, reconociéndola el día mismo de su boda, a lo que Irena responderá santiguándose. La mujer que saluda a Irena en el restaurante, el día de su boda con Oliver, llamándola “hermana” en un ancestral dialecto solo conocido por ambas, una mujer que no solo parece un gato sino también tiene un aspecto “masculino”. Sin embargo Pedraza se detiene ahí y no considera la posibilidad del lado lésbico de la sexualidad y la “diferencia” de Irena. Para mí no obstante el reconocimiento de dos mujeres pertenecientes a una subcultura maldita, la negativa de la protagonista a tener relaciones sexuales con hombres- particularmente con “el hombre” apacible y comprensivo que encarna su marido-, la incapacidad del psiquiatra para modificar su “misteriosa orientación” y los celos de Irena hacia Alice (“hay cosas que una mujer no quiere que otra sepa” le dice a Oliver cuando descubre este le ha contado a su amiga que Irena visita a un psiquiatra) y otros muchos códigos visuales y temáticos que aparecen de un modo solapado pero nada arbitrario nos dan demasiados indicios como para pasar, hoy por hoy, por alto la lectura lésbica del filme y su protagonista. La modernidad indiscutible del filme, uno de los títulos de los cuarenta que mejor ha resistido el paso del tiempo, no se encuentra solo en la asociación entre lo fantástico y lo psicológico sino en como el carácter mítico y misterioso de la protagonista va unida a su negativa a entrar en un orden sociosexual normativo.


En algunos aspectos “La mujer pantera” es un filme tremendamente clásico en su desarrollo temático y en su lección moral, en otras un cuento perverso para adultos saturado de ironía y abierto a posibles lecturas. La figura del psiquiatra de moda se separa de la imagen pulcra y respetuosa que el cine clásico de Hollywood dentro de la moda psicoanalítica de la época estaba dando estaba dando de la profesión, al presentarlo como un verdadero crápula mas interesado en obtener los favores sexuales de Irena que en su curación. Hay en la posición del médico la misma actitud incrédula y altiva y el mismo afán de “darle a Irena lo que necesita realmente” que muchas lesbianas se han encontrado y seguramente se encontraban en la época en que fue realizado el filme en el caso que se atrevieran a contarle “su secreto” a un psiquiatra del sexo masculino. La negativa de Irena no solo a ser madre sino a ser penetrada tanto por el discurso apacible del marido como por el discurso crispado del psiquiatra pone de relieve que no es una niña al uso sino una criatura abyecta.


Si Irena es el lado oscuro de Alice, chica corriente y comprensiva, el médico es el lado perverso de la masculinidad afable, tolerante y comprensiva de Oliver, el paciente y comprensivo marido de Irena. Al final el médico armado con su bastón-espada-fálico asesinará a Irena ante la imposibilidad de poseerla ni de devolverla al lugar “femenino/pasivo” y tradicional que como mujer bajo el régimen heterosexual “le corresponde”. Así, “La mujer pantera” se erige en un filme mucho más rico y perverso de lo que parece a simple vista, ya bastante rico, ambiguo y perverso, y realmente pinero en su exploración y redefinición de los roles y posibilidades sexuales del momento.

Monday, April 09, 2007

UN RELATO DE GORKA GONZÁLEZ


InTiMiDaD

Sabía que algún día volaría. Lo supe desde el primer momento que la vi. Su rostro, suave como el viento, la hacía parecer frágil, pero como este, era fuerte y capaz de derrumbar cualquier muro que se propusiera. Y de la misma manera era libre, jamás tendría dueño, ni siquiera lo querría. Yo lo sabía, hay que estar muy ciega para no darse cuenta de ello, pero eso no significaba que no iba a cometer la tontería de quererla. Era imposible no quererla. Todo en ella era adorable, pero en especial esa imagen volátil de imposibilidad, que al final es lo que queremos todos. Me acuerdo de aquella poesía de Bécquer, en la que diferentes chicas se le insinúa, rubias y morenas, pasionales y dulces, pero se queda con aquella etérea, con aquella que no le promete nada, que más bien lo promete sufrimiento. Y es que el ser humano es así, al fin y al cabo; nos aburrimos cuando no tenemos metas y nos creamos problemas cuando no los tenemos. Y por eso la quise, porque era inevitable no quererla.

No sé decir que es lo que recuerdo especialmente del tiempo que permanecimos juntas. Siento que cada minuto fue especial, que cada recuerdo de todo lo que compartimos me va a marcar el resto de mi vida. Aunque de alguna manera siento que todo aquello fue un sueño, y que ahora, despierta, estoy tumbada en la cama deseando poder volver a dormir y seguir con aquello. Pero al igual que cuando por las mañanas tengo esa sensación, sé que es imposible. Nuestros cuerpos desnudos después de hacer el amor, eso sí que era una composición; ella con su mirada en el aire, perdida, ausente, pero allí; y yo, sombra de quien antes fui, no me sentía incomoda con mi desnudez como me pasaba últimamente. El cuerpo, ese templo que tanto adoramos, y que se nos vuelve un enemigo extraño e interno al que odiamos cuando se nos presenta ruinoso como un Partenón, derruido y patético, recordando tiempos mejores, pero altivo, y en lo alto; allá donde no se pudiera esconder del ojo humano. Pero por algunos instantes mi cuerpo dejó de ser una ruina, y se convertía en un lugar de peregrinación, con facetas que incluso yo desconocía. La gloria de los caídos que se vuelven a levantar. Dicha y júbilo. Después muerte y soledad. Y es que no se sabe que es mejor, si recordar un templo ya destruido o conservarlo en ruinas. Lo desconozco. Aunque ella lo reavivó.

Me pasaba su mano por debajo de mi cintura y me besaba. Así es cómo me despertaba cada mañana. Una ducha, una charla mojada en café, y hasta luego. Yo trabajaba, ella vivía. Nunca le pregunté lo que hacía, sé que no me lo hubiera dicho. Aunque ella si lo hizo, me preguntaba sobre mi día, sobre mis sueños, sobre mí. Me hacía sentir importante. Incluso me preguntaba sobre aquello que yo no quería contestar a nadie. Pero a ella no se lo podía negar. Por la noche, mientras la televisión se afanaba en llamar nuestra atención con gritos de madres e hijas que quieren tener su espacio propio en un mundo que sólo se lo daría si son capaces de llegar a las mayores cotas de auto-humillación, ella me observaba desde su hueco en el suelo, me preguntaba sobre todo lo que s ele pasaba por la cabeza, aunque había temas que siempre evitaba tocar, sobre todo los temas que se desarrollaban con el tiempo. Pero eso a mí me daba igual. Creí que jamás nadie iba a volver a poner sus ojos en mí con deseo, con lo que la inexistencia del amor eterno era un mar menor entre la balsa que formábamos ella y yo. Jamás nosotras. Me conformaba con haberla conocido, con haberla disfrutado. A ella, felina en todo lo que hacía, mimosa e independiente, le debo el haber vuelto a desear vivir. Solo a ella. Ese es mi regalo.

Me seco el sudor mientras pinto su retrato, mientras cojo un lápiz y termino el contorno de su cuerpo de mi cabeza. Y es que desde que se fue no logro sacarla de mi cabeza, es como si su cuerpo se hubiera ido pero dentro de mi cabeza. Cada cara que veo es la suya, cada traje que me pongo es el suyo, cada suspiro que doy es por ella. Y necesito sacarla de mi cabeza, necesito plasmarla en un cuadro, en donde pueda verla, en donde pueda recordarla, pero en donde, por primera vez desde que la vi en aquel soportal, yo pueda tener el poder de decidir dónde y cómo. Y es que incluso sin estar es capaz de hacer conmigo lo que quiere. Por eso la pinto, por eso este lienzo está cobrando vida gracias a mi desesperación. Dentro de poco podré volver a verla, podré tenerla en frente como antes, y ya no habitará en mi mente. Yo la quise. Pero ella se fue. Yo la quise. Y ella se dejó querer. Más de lo que yo esperaba, más de lo que yo me sentía capaz a aspirar. Más de lo que el Partenón puede desear ser algún día. Ella y yo. Jamás nosotras. Se dejó querer. Y se sigue dejando querer entre pinceladas titubeantes que impregnan de formas lo que antes era blanco. Necesito sacarla de mi cabeza ahora que no está. Necesito recuperar mi vida, la misma vida que ella me enseño a vivir, la vida a la que yo había renunciado. Necesito volver a ser yo, pero no quien era antes de conocerla, no, quiero volver a ser la misma que dejé de ser entonces. Y ella en mi cabeza me recuerda que la disfruté, y cuando la tenga en el papel la volveré a disfrutar. Aún queda posibilidad para que yo vuelva a ser querida. Pensé que todo había acabado, y resulta que no había hecho más que comenzar.

Su retrato esta terminado ¿Lo está? Cada línea de su cara está dibujada, cada detalle, cada pliegue de la ropa que llevaba cuando me la encontré. Su figura, tal cual la conocí, huyendo de la lluvia inesperada, como tantos estábamos bajo aquellos soportales de la Plaza de Gipuzkoa. La dibujé con sus manos agarrando el gorro de su chubasquero en un intento fugaz de evitar que el viento, fuerte en esta ciudad, le arrebatara su única protección frente aquel incesante goteo de agua, repentino como las tormentas de verano, y destructivo cuando lo quiere ser. Sí, esta tal cual la vi, pero falta algo, hay un elemento que siento que debiera estar presente y en cambio se me escapa. Cojo el lápiz decidida a enmendarlo pero me es imposible, no puedo hacerlo sin saber qué es lo que tengo que arreglar. El cuadro es perfecto, es ella. Nadie lo dudaría. Pero no la reconozco. Es como cuando ves un cadáver, sabes que el cuerpo que tienes en frente se corresponde con el de la persona que una vez conociste, pero hay algo que observas y echas en falta. El alma dicen. Si creyera en ello la llamaría así, pero creo que es un elemento mucho más complejo que esas explicaciones sencillas para gente que busca respuesta y no se hace preguntas. No, es la esencia. Y es lo que faltaba a este cuadro. La esencia. Quizás es que este retrato para mí es como su cuerpo muerto, como el cadáver de una relación con fecha de caducidad desde el primer día. No. Siento que dentro de mi mano está la clave, que yo voy a ser la que puedo darle a este cuadro su vida, la que sabe cómo hacer que lo que queda de nuestra relación sea algo más que un cadáver, algo más que un cuerpo vacío de esencia que va pudriéndose con el tiempo, que se descompone en mil pedazos integrándose de nuevo en la tierra de donde sus predecesores salieron millones de años antes. No. Nuestra relación no es un cadáver. No necesita maquillaje para brillar, porque jamás fuimos un ser vivo. Éramos ella y yo. Jamás nosotras. Lo nuestro no era vida, era energía. Éramos como las estrellas que ostentosas en el cielo muestran su brillante luz hacia los demás que las admiran, ignorando que en realidad cada haz de luz es uno menos que queda, que cada esfuerzo por mantenerse radiante es un paso hacia la muerte. Y como las estrellas, cuando dejan de brillar, explotan y se transforman en enanas blancas, en supernovas, o incluso en agujeros negros, recordando que se estuvo allí o impidiendo que otro lo este, cualquier cosa antes que convertirse en un cadáver, podredumbre, en algo que se descompone y vuelve a empezar desde cero.

Miro. Vuelvo a mirar. Y adivino. Suelto lo primero que se me viene a la cabeza. Estoy vieja, pasé la barrera de los cuarenta hace mucho y la edad no perdona. No soy quien era, aquella inteligente profesora universitaria, alabada por algunos, odiada por otros. Quizás el tiempo me ha hecho así, quizás desde que no doy clases, desde que cogí aquella baja que se prolonga como el invierno la hace en Laponia, esperando que lo que quede sea verano. Pienso. Lo quiero dejar, debería dejarlo. Cada segundo que paso frente a este cuadro me siento como una enferma. Pero debo hacerlo. Por mí. Por ella. ¿Qué es? Un descanso, eso me irá bien, sí. Voy a la cocina a por un vaso de agua y mientras esta va cayendo en el vaso, me noto un picor en los ojos. No me acordada que hoy llevo más de diez horas con las lentillas, y medio día pintando. Debo tener los ojos rojos ¡Rojos! Esa es la respuesta. Corro hacia el estudio dejando el vaso en una posición peligrosa en la mesa Rojos. Pero da igual, sé la respuesta. El retrato es en blanco y negro, pero ese es el detalle que faltaba, el color. Aquel día se lo había pasando llorando. Y es que precisamente lo que faltaba eran las lágrimas, el elemento que fue presente en nuestra relación. Sus lágrimas ante un padre que la había pegado, que le había dejado más de una cicatriz desde que le dijo que era lesbiana. Lágrimas suyas de aquel día, que decidió abandonar aquel suplicio, que decidió que cualquier destino era mejor que aguantar aquella masa de rabia, aquel ser asustado ante la vida, que, como animal malherido, golpea todo lo que le rodea para protegerse, en este caso para proteger su ignorancia. Y lágrimas mías. Lágrimas de cuando ella desnudó mi maduro cuerpo, de sentir como era la primera vez en mucho tiempo que lo desnudaba sin nadie vestido de verde. Lágrimas de cuando besó el hueco en el que antes descansaba mi seno; lágrimas de volverme a sentirme guapa, atractiva para alguien; lágrimas reprimidas por querer aparentar ser fuerte. Las lágrimas eran nuestro nexo de unión. Y cuando las dos fuimos fuertes nos separamos, nos dijimos adiós. Estaríamos lejos, la una de la otra, pero en nuestro interior no nos separaríamos. Porque fuimos ella y yo, jamás nosotras, porque la intimidad era de cada una. Porque intentábamos hacer nuestras vidas separadas y coger fuerza. Porque cada noche el cuerpo de una era el refugio de la otra ante las tormentas del día Porque nos supimos querer. Por eso, yo la he pintado.