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Con
pocas pinceladas y con un inteligente uso de la elipsis y los saltos espacio -temporales
para eludir lo sensiblero, “De óxido y hueso” es una película al servicio de
sus dos protagonistas que se dejan la piel en sus atormentados personajes pero
también --como de otra forma “Un profeta” -
una incómoda e inteligente fábula
sobre la lucha por la supervivencia de dos seres perdidos en la Europa de
nuestros días. “De óxido y hueso” contiene algunas de las secuencias más bellas
del cine reciente, como el baile de Cotillard en silla de ruedas o el
delicado reencuentro de ésta con
aquellas criaturas (las orcas del parque acuático donde trabajaba) que la dejaron mutilada. Un filme que, como
todos los de Audiard, sorprende al espectador incluyendo humor dentro de la
sordidez y humanizando hasta los
personajes más detestables del relato, dejando un sabor a buen cine gracias a
la precisión de su mirada quirúrgica sobre el dolor y el placer (estupendamente filmadas, también,
las secuencias de sexo entre los dos personajes principales). Audiard se acerca
con pulso narrativo y ritmo impecable a la cotidianeidad de la gente que vive mucho
tiempo en los barrios desfavorecidos de su país o que se deja la piel a tiras para encontrar
su sitio en el mundo o (como en el caso
de Stephanie) reconstruir su identidad después de quedar herida y limitada de
por vida. Una narración límpida, unas interpretaciones colosales y una
fotografía que mezcla en feísmo y la poesía, la sobriedad y el lirismo, son las grandes bazas de un director que como
otros del cine reciente (Pablo Trapero,
Mike Leigh) parece superarse a sí mismo
en el retrato complejo y siempre contradictorio de personajes aparentemente
vulgares pero llenos de fuerza.