Saturday, September 16, 2006

ARTISTAS Y MODELOS...






Sobre POR AMOR AL ARTE de Neil La Butte.


El último filme de Neil La Butte (“En compañía de hombres”, “Amigos y vecinos”, “Persiguiendo a Betty”·, “Posesión”) retoma la línea iniciada por sus dos primeros trabajos, de contenido fuertemente teatral y basada sobre todo en los diálogos y una sólida caracterización de los principales personajes. Como su primer filme “Por amor al arte”, adaptación de una obra teatral del propio La Butte, constituye un cruel engranaje en el que las apariencias engañan y donde una persona ingenua resulta destrozada por un juego sentimental que se hace finalmente detestable al espectador, pero que sirve al dramaturgo y realizador para poner un espejo inmisericorde frente a algunos aspectos de la sociedad estadounidense basada en un vacuo individualismo y una feroz competitividad.
Pero, si “En compañía de hombres” mostraba a una protagonista femenina humillada por un grupo de ejecutivos machistas, en esta ocasión es un hombre tímido y manipulable quien sufre una terrible ordalía/engaño a manos de una maquiavélica estudiante de arte contemporáneo. La Butte carga de forma inmisericorde contra el mundo de los artistas modernos, sus ínfulas y sus vacuas pretensiones, al tiempo que construye otra de sus fábulas contemporáneas sobre la pareja, el sexo, la amistad, la rivalidad, la infidelidad y los celos. De nuevo el escenario es profundamente urbanita y los personajes disimulan una profunda soledad, incomunicación y miedo visceral a los otros y a sí mismos.
Comparada por algunos críticos con una “morality play” isabelina, por su mecánica y perversa arquitectura dramática, “Por amor al arte” es, sin embargo, como toda la escritura y el cine de este apasionante creador, una pieza profundamente estadounidense, que se desarrolla en un mundo académico pretencioso -de jóvenes universitarios siempre con un punto prepotente y resabidillo- y en un mundillo artístico e intelectual observado con una ironía que recuerda, en un tono bien diferente, a la mirada caústica de otro guionista de excepción : Woody Allen.
Si bien el mensaje es harto ambigüo y todos los personajes tienen su lado oscuro, es difícil que el espectador no sienta finalmente compasión por el atribulado Adam (excelente Paul Rudd) y antipatía hacia la maquiavélica Evelyn -algo gruesa caricatura de la artista contemporánea altanera y sin demasiados escrúpulos- aunque el comportamiento del cuarteto protagonista, siempre basado en la doblez y el fingimiento, haya distado mucho de ser ejemplar desde el comienzo de la cinta. Y es en la relación especular entre las dos parejas, que acaban mezclándose con resultados a la vez divertidos y siniestros , donde la Butte, excelente dramaturgo e interesante realizador, juega mejor sus cartas. La antipatía que se profesan Evelyn y el amigo del alma de Adam, el machista y ligón Phillip (Frederik Weller) va ser el desencadenante no sólo de una absurda y embarazosa pelea sino de una serie de encuentros y desencuentros entre los cuatro jugando a ser quienes no son.
Evelyn inicia un proceso de transformación a lo Pigmalión sobre su amante masculino, metamorfoseando – como si de una escultura se tratase- al retraído y poco seductor Adam en un hombre atractivo y dispuesto a arriesgarse, pero el espectador intuye que el director sólo nos muestra que Adam se descubre a sí mismo en algunas facetas mientras que reprime otras no menos interesantes en aras de un amor que acaba siendo puro artificio. El otro vértice de este amistoso cuadrilátero, que finalmente deviene en grotesco ring de boxeo verbal -y por momentos casi físico- es la más conservadora y cortés novia de Phillip, Jenny (Gretchen Mol) que sigue secretamente enamorada de Adam y cada vez menos de su prometido, con el que ha planeado una absurda ceremonia subacuática.
El filme, con guión del propio La Butte, no desmiente su origen escénico y se compone de diferentes cuadros con diálogos chispeantes y un montón de recursos teatrales, pero esta rodado con una sabiduría cinematográfica indiscutible porque sin airear la obra, sin introducir elementos cinematográficos prescindibles o secuencias accesorias, logra extraer el tono fílmico adecuado para cada secuencia, consiguiendo una interesante reflexión sobre el cine dentro del teatro y viceversa.

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