Monday, December 24, 2012

COSMÓPOLIS


 

Con “Cosmópolis” David Cronenberg  prosigue su trayecto hacia un cine más intelectual que el de  los festivales de vísceras y mutaciones que lo dieron a conocer como profeta de “la nueva carne” a finales de los ochenta con filmes como “Rabia”, “Videodrome” o “La mosca”. No obstante – y tras adentrarse en el cine de acción y violencia - , el director de “Crash” (otra fábula negra y enfermiza) continúa en la intelectualización de su cine y, si en su anterior y discutido trabajo (“Un método peligroso”)  se atrevió con Freud, Sabina y Jung, en esta ocasión adapta una novela homónima  del controvertido  Don DeLillo (“Submundo”), un neoyorkino retratista del lado oscuro del “sueño americano”.  “A dangerous method” resultaba ser un filme de factura algo convencional  que desmerecía la ambigüedad moral y el cosmos desgarrado del autor de películas tan febriles como  “Spider” o “ExistenZ”. “Cosmópolis” es una distopía ¿futurista? sobre Eric Packer un joven multimillonario (Robert Pattinson) que recorre las calles de una gran ciudad en una mastodóntica limusina (una especie de caravana de lujo y confort)  y  a través de la misteriosa aparición de diversos personajes de su vida pasada y presente  y de  sus temores íntimos  se da cuenta del vacío de su existencia y comienza un agrio y algo pedante camino hacia la locura y la autodestrucción.

Cronenberg, director de la crueldad y la ironía,  construye un microcosmos asfixiante porque -a pesar de que gran parte del filme transcurre en vehículo de dimensiones desproporcionadas- el espacio de la esperanza y la ilusión en la vida del atribulado Eric se va cerrando a medida que, a través, de la aparición fantasmal de personajes diversos  su trayectoria como ser humano es puesta en entredicho.


Vemos en “Cosmópolis” la habitual obsesión del realizador canadiense por el cuerpo y la piel  de sus personajes, por  sus mutaciones  y  sus mentes atormentadas y al borde del estallido (“Videodrome”, “Spider”). En las calles de la gran ciudad se suceden las manifestaciones, las revueltas  y los disturbios mientras este joven y arrogante  ejecutivo  recorre los recovecos de su existencia en busca de respuestas a preguntas filosóficas cada vez más oscuras. Una metáfora algo obvia del aislamiento de los poderosos hacia lo que sucede, hoy en día, en las calles de nuestras ciudades. El problema es que el joven Robert Pattinson (“Crepúsculo”)  no da en absoluto la talla como un  “yuppy” desencantado de su vida y más bien parece ir a un baile de Halloween que a una calle sin salida a través de los senderos de una existencia marcada por la avaricia y el materialismo, los amores frustrados, las posesiones aparentes  y una extraña soledad en medio de la comodidad (ejemplificada en ese “largo viaje hacia la peluquería”). Nihilista, inquietante   y bien rodada, con una sombría fotografía  de Peter Suschitzky, una tenue banda sonora de Howard Shore (habituales  colaboradores del realizador canadiense),  “Cosmópolis” coquetea con  lo fantástico pero sobre todo con la teatralización de las obsesiones materiales, sexuales y morales de su protagonista y sus fantasmas que cobran forma en seres humanos de desagarrada trayectoria. De una manera algo bergmaniana (donde el pasado y el presente se cofunden)  asistimos a un desfile de secundarios -entre los que destaca la estupenda Samantha Morton frente a un plantel de actores y actrices franceses algo perdidos en sus personajes-  que ponen al protagonista masculino   entre la espada y la pared.

Un filme claustrofóbico, bien planificado, pero que puede resultar un tanto relamido y altisonante a los detractores de la “ciencia ficción intelectual” o el “fantástico con mensaje” pero que, en cierto sentido y,  a pesar de un exceso de verborrea, disquisiciones  y errores de casting, nos devuelve al verdadero Cronenberg y al universo enfermizo, pesimista, turbio y amoral del realizador de “Inseparables”, “Videodrome”  y “La mosca”.

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